Mérida.- Uno de los boxeadores más técnicos, y además completos en la historia de México, y el de mayor clase en la división súpermosca, Gilberto Román Saldaña, abandonó este mundo hace 30 años como este día.
Un accidente espantoso en la carreta México-Acapulco, a bordo de su automóvil Thunderbird (que él no conducía, pues iba como co-piloto), acabó con la prolífica, pero también turbulenta existencia de un deportista que logró niveles de excelsitud, pero que no alcanzó la faceta que debía por su proclividad a la vida disipada, lo que, precisamente, derivó en su trágico deceso.
Su muerte fue, afortunadamente, instantánea. No sufrió.
Días antes de la colisión, el “Gran Chaparral”, como el excelso narrador y también periodista, Don Jorge “Sonny” Alarcón le llamaba, había sostenido su última pelea, siendo noqueado en Corea por Sung-Kil-Moon, ante quien intentó coronarse por tercera vez como monarca mundial súpermosca.
Román fue un boxeador de altos vuelos desde su época como amateur y compitió por años al más alto nivel como amateur, a apear de ser solo casi un niño. Peleó en los Juegos Olímpicos de Moscú, donde no alcanzó medalla.
Tras establecerse en la Ciudad de México (era originario de Mexicali), inició su carrera en el profesionalismo, junto con su compañero de la época amateur, Daniel Zaragoza y ambos, bajo la batuta de Ignacio “Nacho“ Beristáin (para entonces más abocado al amateurismo que al profesionalismo) se dedicaron de lleno al boxeo de paga.
Poco a poco fue escalando la división de los gallos (no existía aún la división de los súpermoscas) y luego de la creación del peso súpermosca y tras tres derrotas, dos de ellas por descalificación (la otra por decisión ante el buen peso gallo Jorge Ramírez), tuvo la gran oportunidad con el ya duradero monarca súpermosca japonés, Jiro Watanabe, al que derrotó de manera categórica en su propia casa el 30 de marzo de 2016.
Después de eso y en dos períodos (perdió en su séptima defensa con Santos Laciar por un corte en el rostro, cuando iba ganando), logró 13 defensas, la última de ellas ante el tren ghanés Nana Konadu, que lo dejó en ridículo ante su propia gente en la Ciudad de México al derrumbarlo en cinco ocasiones.
Sin demérito del triunfo del africano, Román perdió en buena parte por la vida ya abiertamente licenciosa y alejada de lo apropiado que debía ser para un campeón mundial.
Ya había perdido, no sólo la responsabilidad, sino principalmente el amor al boxeo.
Días después perdió, también, la vida. Tenía solo 28 años.
Que en Paz Siga Descansando.