Mérida.- Quien ríe al último ríe mejor.
Este refrán atemporal podría retratar lo que significó para Rodolfo Martínez el resultado de la última de sus tres peleas contra Rafael Herrera, hace 50 años, como hoy, en la Plaza de Toros Mérida.
Pero la risa y la alegría no fueron precisamente los sentimientos que embargaron al gran tepiteño aquella noche del 7 de diciembre de 1974 en la Plaza de Toros Mérida, cuando en su vestidor lloró incesantemente en los brazos de su manejador Don Guadalupe “Lupe” Sánchez Mejía y del ya ex púgil José “Huitlacoche” Medel.
Ya campeón del mundo del CMB en su segundo intento ante Herrera, Martínez se convulsionaba de la emoción al alcanzar el entonces tan difícil de conseguir lauro (hoy día, como usted sabe, hay campeones del mundo hasta del Oxxo).
El pequeño corral, donde se guardan los toros antes de salir al ruedo, habilitado como camerino, fue, después del ring, el “recinto”, donde Martínez “dictó sus primeros decretos” como rey mundial de los gallos.
Pero quien sí reía, y a quijada batiente, era el empresario Carlos Barahona Fajardo, quien con la supervisión de su amigo y socio, Rafael Mendoza Realpozo, pasó a la historia al convertirse en la primera persona en promover una pelea de campeonato mundial en Mérida.
Fue, ese, el primer paso sólido, para convertir a la capital de Yucatán en la principal plaza boxística de México en la década de los 70´s y en una de las más importantes de Latinoamérica de aquella época.
Barahona, además de, quizás satisfacer su ego, satisfizo, merecidamente, su cartera, al lograr un lleno del 100 por ciento en los tendidos del coso de reforma.
No podía ser de otra manera con una entrada cercana a las ocho mil personas en el evento deportivo más importante presentado hasta entonces en Yucatán y en la Península.
En la pelea estelar de esa noche en la que fueron presentados cinco combates, Herrera, el favorito para ganar, fue prendido por un gancho de izquierda del retador, que lo mandó a la lona, según las crónicas, visiblemente lastimado.
Herrera logró vencer la cuenta, pero el entonces joven, aunque ya con cierta experiencia réferi, Octavio Meyrán, decretó el final del pleito al 1:54 del cuarto episodio.
Poco antes, la pelea no había tenido un claro dominador, aunque ya en el segundo Martínez había salido airoso de un par de intercambios de golpes.
Tiempo después, tras una serie de meritorias defensas, siempre en casa del rival, en Colombia, Japón y Tailandia, la estadía de Martínez en el trono concluyó cuando enfrentó en Los Ángeles al mejor peso gallo (para nosotros) de la historia, Carlos Zárate, quien lo noqueó.
A 50 años, recordamos esta efeméride con mucho gusto y mucha nostalgia por aquellos maravillosos tiempos de legítimo gran boxeo (sin mercadotecnica ni ídolos de barro), que marcó la pauta para la que fue una excelente, larga de buen pugilismo en Yucatán, que algunos alcanzamos a presenciar y que no volveremos a ver a ese nivel.