París.- El sinaloense Marco Verde dejó en la Villa Olímpica de esta ciudad la decisión, vergüenza deportiva y hambre infinita de triunfo evidenciada en sus tres primeros combates de París 2024, para subir con la versión menos brillante de sí mismo al ring del complejo de Roland Garros de esta capital.
Así, dejó el terreno al uzbeko Asadkhuja Muydinkhujaev que, sin dar el 100 por ciento y resistiendo una ya inútil ofensiva en la última parte del round final, se llevó el título de los -71 kilos del torneo de boxeo de los juegos que están por concluir.
Verde, que impresionó, más que por su calidad boxística, por su denuedo, entrega por momentos sobrehumana en sus tres primeros combates, se vio falto de todo ello y dejó el escenario al uzbeko, para hacer y ganar los puntos que le dieron un merecido oro.
Desde que la campana sonó Verde fue hacia adelante, pero caminando, no atacando, no buscando hacer daño, en modo robot, ante un rival cerebral que le huyó, se le escapaba y al que no le acertaba conectar con solidez.
Muydinkhujaev, en la jugada, tiraba cuando sentía era oportuno y conectó golpes no dañinos, pero sí claros, que fueron marcando la diferencia, que disminuyó hacia el final, cuando el americano lo alcanzó con algunos impactos que parecían haber nivelado el episodio.
Empero, la actitud, seguridad en lo que hacía, más que su decisión, influyeron, seguramente, para que los cinco jueces le dieran de manera cerrada, pero comprensible, el episodio al asiático.
En el segundo episodio, inseguro aún, lo que evidenció en su rostro, Verde siguió el mismo script en el que tiraba por tirar, no por dañar.
Mientras, Muydinkhujaev conectaba “pian pianito”, aprovechando las rendijas que Verde dejaba en su guardia cuando lanzaba y no regresaba las manos para bloquear.
El segundo round fue, a nuestro parecer, el más claro para el ahora campeón olímpico y sin mostrar una superioridad avasalladora, hizo lo que por justicia le dio ese episodio.
Inexplicablemente, Verde casi no apeló a recursos ofensivos obvios como tirar el uppercut, cuando su rival entraba con la cabeza hacia abajo para atacarlo.
Y cuando comenzó a hacerlo, el tiempo ya se le había venido encima, algo común en la actitud del deportista mexicano y en la idiosincracia de ese país.
Verde, por fin, ya a la mitad del tercer round, atacó de verdad, buscando dañar, afectar y lo logró llevando a las cuerdas al uzbeko, al que sacó de su plan de pelea.
Tarde se dio cuenta, o entendió, que el combate sí era ganable, pero lo que no hizo en su momento quiso aplicarlo al final, viendo que sí podía vencerlo y colgarse el oro en su cuello.
Verde cerró de manera potente, de gran forma, pero muy lamentablemente para él y para todo su país que nunca había estado tan cerca del oro en estos juegos, no había más tiempo.
Como sucedió en los dos primeros episodios, todos y cada uno de los jueces votaron de manera unánime, pero ahora del lado del mexicano.
Miedo al rival, definitvamente no, pero quizás sí a la gloria, a ascender a lo máximo, que era asequible para él.
Sólo él, su fuero interno y Dios lo sabrán.
Como sea, la medalla de plata es muy valiosa y le separa un sitio en la historia del olimpismo, del boxeo de su país y en la historia del deporte de Sinaloa.