Mérida.- Vicente Pool, el muchachito que vino de Chicxulub Pueblo a conquistar no campeonatos, pero sí el corazón de los yucatecos y de miles de aficionados al boxeo de cualquier origen, murió hace 20 años como hoy.
Pool, un fenómeno de popularidad, querido, podría incluso decirse amado o, quizás el mejor concepto sería idolatrado, podría ser un tema de estudio de comunicación de masas.
Tipo sencillo, humilde, con dos ojos, dos orejas, dos manos, dos piernas, una cabeza, en fin un ser humano como cualquiera a simple vista, simplemente no lo era.
Su personalidad particular y su manera de expresarla sobre el ring o abajo de él permanecen presentes a 20 años de su sorpresiva partida física.
La memoria de quienes lo conocieron y vieron sobre una tarima alimenta la mente de aquellos que oyeron de él por sus padres o abuelos.
Otros, que supieron de él por la lectura, atesoran en sus mentes la imagen de un ser casi mitológico, una especie de heredero de los mayas en el Siglo XX, pero no con atuendo de guerrero, solo con pantaloncillos y guantes.
MURIÓ EN UN VIERNES 13
Pool murió la tarde del viernes 13 de enero de 2001 en una de las torres del Hospital Agustín O´Horán, víctima de Cirrosis Hepática.
En esa cabalística fecha, cuando ya estaba por ser dado de alta, la enfermedad se levantó de la lona y se deslizó subrepticiamente bajo su cama para envolverlo y prestarle a la muerte el manto con el que lo envolvió.
Su cuerpo ya no pudo más, luego de un mes internado en ese hospital, donde la atención de los médicos fue magnífica, pero el daño que el rival al que le ganó algunas batallas, pero no la guerra, lo venció en la definitiva.
El alcoholismo que lo asedió desde su juventud y del que había conseguido alejarse, regresó con todo en un último, pero definitivo ataque.
En los últimos meses de 2000, con la entrada del Siglo XXI, su señora madre, Doña María del Carmen Tzab, con quien vivía, murió.
Fue ese, quizás, el golpe más fuerte de su vida, infinita e incomparablemente potente a los que recibió de Orlando Amores, Carlos Urrunaga, Guadalupe “Cubanito” Hernández, o Antonio Becerra, (único vencedor de Salvador Sánchez) quienes lo dejaron tendido sobre el tapiz.
La tristeza, no el alcohol, le embriagó el corazón; el alcohol solo le nubló la razón.
Ya varias veces había superado al binomio “parca-alcohol”, con el estado de salud que con el paso de los años le causó.
El bólido traspasó una albarrada (de esas que ya casi no vemos) de piedra y se internó en un plantel de henequén, donde dio vueltas con el joven ídolo.
No siguió el camino de Masao Ohba, el campeón mundial de su división, la mosca, quien para esas épocas, se mató en Japón en su también flamante vehículo.
Dios Bendito no quiso que el guerrero maya estuviera en la misma senda del samurai asiático, pero su camino en la vida no sería fácil, aunque sí entretenido.
Su carisma, su alma ligera, desenfadada, le granjeó, primero, amistades en su pueblo, luego en Mérida, después entre los aficionados al boxeo, que iban a ver pelear a su amigo, quien se volvió en su hermano.
HACIA LA COLISEO, PERO NO MÁS ALLÁ
Con un récord de 16-5-0, Pool, quien en los reportes periodísticos de Eduardo Amer en el Diario Esto ya había llamado la atención del público capitalino, fue requerido en la arena no más bonita, pero sí más emotiva del país: La Arena Coliseo de la Ciudad de México.
Apoyado por no pocos yucatecos, entre ellos el empresario Alfredo Xacur Slaimen, Pool se instaló en la gran ciudad.
NI UN ALFILER CABÍA
La fecha fue el miércoles 21 de abril de 1971, donde Pool hizo su debut en función del miércoles llenando el “Cucurucho” Coliseíno de la calle de Perú, con el número 77 y República de Chile a reventar, dejando gente en la calle.
Fue un negociazo para la empresa (no sabemos si la de los señores Lutteroth, o a de Eladio Flores), pues la entrada, si bien no inédita, tenía años de no suceder en una función de miércoles (que eran las secundarias) y transmitidas por tv solo en la Ciudad de México.
Esteban Rangel fue el rival a vencer para Pool y fie a su estilo entrón, agresivo, espectacular, lo dejó con la cara hacia las lámparas en el segundo round.
Los aplausos, las vivas, con una nutridísima porra yucateca, que viajó de Mérida, más cientos que vivían en la capital del país, festejaron el triunfo y condujeron sobre sus hombros al pequeño chicxulubense, hasta su vestidor.
Eduardo Amer, Alfredo Xacur y muchos otros paisanos vieron satisfechos que lo que habían anunciado desde Mérida, era verdad y festinaban que el chicxulubense no “se asustó” al salir de su gallinero.
Parecían quedar atrás los días aciagos de sus tres derrotas con Miguel Canto y la previa con el panameño Carlos Urrunaga.
El destino parecía diafanamente exitoso y le auguraba cosas grandes, cosas grandes que nunca llegaron sobre el ring, pero que si pudo vivirlas con su familia, que fue lo que más quiso, mucho más que el boxeo.
Hoy, a dos decenios de su ausencia, en la tercera década sin él, lo recordamos una amalgama de sentimientos de innegable nostalgia y congoja por su triste sino, pero también con alegría por el sol que su ser interior reflejó en miles y miles que lo conocimos y que nos iluminó.
Que Siga Descansando en Paz protegido por Dios, nuestro Señor.