(La imagen corresponde a una de las defensas de Román en Japón contra Kiyoshi Hatanaka)
Mérida.- Uno de los boxeadores más técnicos, y además completos en la historia de México, y el de mayor clase en la división súpermosca, Gilberto Román Saldaña, subió al ring por última ocasión en un día como hoy para disputar por tercera ocasión la corona a la que tanto brillo le dio y que ganó en dos ocasiones.
Román, competidor olímpico en Moscú 1980 y que se quedó a un paso de la medalla, no lo sabía, pero al perder y ser arrasado al final del pleito por el energúmeno (eso era) coreano, Sung-Kil-Moon, se despedía para siempre, sin remedio, del boxeo.
Algo había hablado al respecto en los últimos tiempos con su familia y era obvio que su mejor época, o mejor dicho, su mejor disposición para el deporte que lo había encumbrado, era algo del pasado.
Quedó claro la noche en la que poco tiempo antes, el ghanés Nana Konadu lo tumbó en cinco ocasiones y lo destronó por segunda y última ocasión como monarca mundial, además de dejarlo en ridiulo ante su propio gente en la Ciudad de México.
Esa noche del 9 de junio de 1990 en el Palpal Gymnasium de Seúl, el “Gran Chaparral” (así le llamaba el periodista y comentarista, Jorge “Sonny” Alarcón), fue arrasado y noqueado en oho rounds por Moon.
Tumbado en una esquina, el mexicalense recibió el cconteo de protección del réferi Richard Steele y aunque no estaba “listo”, ya no se levantó…ya no quería más.
Poco pudo hacer, más que resistir y resignarse a regresar a México, sin el título.
Unos días después, ya en México, Román, cuyo apellido lleva parte del nombre del gimnasio “Romanza” (Román-Zaragoza) siguió la “vida loca” que precipitó su carrera y anticipó su final, viajaba en un vehículo Thunderbird ( que era de su propiedad, pero que no manejaba) se estrelló en la carretera México-Acapulco y murió.
Tenía solo 28 años.