Mérida.- Fernando Valenzuela inició hoy, hace 40 años, el periplo deportivo mediático más icónico de cualquier mexicano en la historia.
Ya en cierta manera lo había comenzado en septiembre de 1980 al ser llamado para el equipo “Grande” de los Dodgers y lanzar algunas entradas.
Pero la temporada de 1981 habría de ser algo muy diferente, matizada por el éxito sostenido de un joven que carecía de atributos usuales para ser popular, pero que trascendió por mucho ese estatus.
Tipo callado, introvertido, de gesto adusto, de físico privilegiado para la práctica de béisbol, pero alejado del prototipo de artista de Hollywood, tan cercano a Chávez Ravine, donde aquél 9 de abril de 1981 hizo su pasarela triunfal, sin alfombra roja, hacia el montículo del Dodger Stadium.
Sí, señores, ese día comenzaba no a gestarse, pero sí a brillar la que fue la primera manía ajena a las psicopatías: La de Fernando, la Fernandomanía.
Una historia que, comenzó como muchas cosas maravillosas en la humanidad, de forma circunstancial, por accidente, cuando no estaba llamado a ser el héroe de aquél, juego inaugural de 1981.
El programado para lanzar ese juego inaugural era el oriundo de Missouri, Jerry Reuss, zurdo como Valenzuela, pero que sintió molestias en una pantorrilla tras haber trotado en el estacionamiento del gran parque de los Dodgers.
¿Puedes hacerlo?, sí si puedo respondió el chamaco de Etchohuaquila en su vaga, aún comprensión del inglés.
Y así, así, salió a abrir el juego con los Astros de Houston ante una buena entrada que se preguntaba quién era aquel chamaco al que algunos sí recordaban, pero al que la mayoría desconocía.
Su brazo zurdo se encargó de darlo a conocer y ponerle su firma a la franquicia y de comenzar un real fenómeno de masas, digno de un estudio científico en una época sin internet, sin redes sociales y en la que sólo se dependía de los medios convencionales para enterarse de lo que ocurría.
¿Cómo fue que una persona sin habilidades comunicativas, incluso las más elementales, conquistó el corazón de los entonces poco menos de 100 millones de mexicanos?.
No podemos asegurar, pero suponemos que fue el factor que garantiza el éxito en todos los proyectos de comunicación emprendidos empresarialmente, aunque este fue súbito, salido de la nada.
Ese factor se llama IDENTIFICACIÓN.
Y ello, acompañado de un éxito sostenido, incesante, vigente aún a pesar de una huelga, generó una bola de nieve que hizo de ese muchacho taciturno, tímido, un astro del deporte y un megaídolo, un representante de México, “invadiendo” el otro lado de la frontera.
Aquél 9 de abril, Fernando saldó su primera salida como abridor (en 1980 fue relevista) con un triunfo y una blanqueada de 2×0, aceptando solo cinco hits y retirando la novena entrada con uno que otro sobresalto.
Empero, Art Howe le dio sencillo para poner a comerse las uñas a los fans que recuperaron el aliento al ver cómo ponchó a Dave Roberts con un screwball, aquél lanzamiento que Roberto “Babo” Castillo le enseñó en las Ligas Menores.
Fue así como comenzó esa gran temporada que culminó con aquél tercer juego de la Serie Mundial de 1981 en el que estando los Dodgers en clarísima desventaja de 0-2 y enfilados a perder su tercer Serie Mundial al hilo (las anteriores habían sido en 1977 y 1978) ante los Yanquis de Nueva York, Fernando se fajó los pantalones y los condujo a recuperar la confianza.
Con confianza en sí mismo, en un juego complicado, Fernando metió hasta donde pudo el brazo y contuvo los cañones del Bronx para apoyar las cinco carreras de su equipo sobre los Yanquis a los que terminarían venciendo 5×4.
“Bravo por ti Fernando, eres en el béisbol: oro, mezquita, basílica y cactus, suena esto a mariachi, jarabe, copal y cera, eres un jugador que tiene el pincel en la mano y la luz en el alma, nunca olvidaremos esto”, dijo el no menos grande Don Pedro “Mago” Septién Orozco tras caer el out 27 y rubricar así su crónica del juego en Televisa.
Fernando Valenzuela tiró toda la ruta con nueve hits, para llevar sobre sus espaldas todo el pitcheo de su equipo y apoyarlo de manera determinante a ganar el primer juego y llevarse los tres restantes de manera consecutiva, para ganar la Serie Mundial.
Y luego, todo lo demás:
Premio al Novato del Año, Premio Cy Young al mejor pítcher, la boda del año en la Iglesia de María Inmaculada en Mérida, concelebrada por los arzobispos de Yucatán y Sonora y hasta invitado de honor a la Casa Blanca en un encuentro entre los presidentes López Portillo y Reagan.
¡¡¡De película!!!
De todo eso, hoy hace 40 años…