Mérida.- 50 años ya, hoy.
El anunciador Johnny Addie lo resumía en una frase que, más o menos, iba así:
Aquí están todos los que tienen que estar, nadie faltó.
Al borde del ring, ni siquiera en primera fila, “La Voz”, Frank Sinatra, sorprendía a propios y extraños con una cámara profesional que la revista Life le dio para captar los detalles de la pelea.
“Ojitos Azules”, como Sinatra también era conocido, no alcanzó boleto de ring side y se “coló” así, como en su momento, otra estrella de años previos, en el país vecino, Pedro Infante, lo hiciera como cablista de radio en la Arena Circo Teatro Yucateco en Mérida.
TODO EL JET SET DE HOLLYWOOD
Pero no era la única estrella. Woodie Allen, Bob Dylan, Diane Keaton (que un año después conocería la inmortalidad al ser la esposa de Michael Corleone en “El Padrino”), Hugh Hefner, Norman Mailler y el entonces galán, Burt Lancaster (invitado a narrar), entre otros, terminaron de completar la cuota de glamour de la velada.
Entre perfumes de fragancias amaderadas, cítricas que vaporosas saludaban su olfato, los 20 mil presentes en el Madison Square Garden de Nueva York se aprestaban a ver el evento del siglo, o mejor dicho, la “Pelea del Siglo”.
Una pelea de boxeo entre dos atletas de gran tamaño físico, los mejores de la máxima división, ambos de piel negra en un país que si bien aún discriminaba a sus ciudadanos de color, no podía dejar de reconocerlos como los mejores en ese y, prácticamente, en cualquier otro deporte.
Dos invictos, uno que retó al “Tío Sam” al negarse a pelear con las armas en Vietnam y el otro al que su rival llamó “Tío Tom” en alusión al personaje de la novela “La Cabaña del Tío Tom”, que a los ojos de los estadounidenses de color representa al esclavo dócil del amo blanco.
Rivalidad deportiva, conflicto racial, morbo, orgullo estadounidense, promesa de espectáculo, la disputa de la supremacía del máximo y mejor pagado galardón del deporte mundial.
Para culminar, los dos eran héroes olímpicos de su país, medallistas boxísticos de oro, uno en Roma 1960 (Alí) y Frazier en 1964, en Tokio.
BUENA PELEA, QUE RESPONDIÓ A LA EXPECTATIVA
La pelea fue buena, intensa, no la mejor que haya habido en el boxeo, menos aún en los completos, pero cumplió con el cometido de ser entretenida, y sobre todo, competitiva.
No decepcionó a los presentes, ni a los cientos de millones que la vieron por televisión o escucharon por radio.
Poco antes del final, en el último round, Frazier pescó a Alí con un gancho al maxilar derecho y lo puso en la lona por vez primera en la pelea y por tercera en su carrera.
Era solo la confirmación de su triunfo anunciado momentos después por Johnny Addie en esos idílicos, románticos micrófonos que descendían del techo.
El único que quedaba invicto, y con el título era el campeón Frazier, que de esa manera se convertía en el primero en callarle la boca al “Big Mouth” (Bocón” de Kentucky, que con su actitud entre desafiante, bromista y desenfadada, había cambiado al deporte.
Ambos cobraron 2.5 millones de dólares y se verían dos veces más las caras sobre un ring, aunque al final de sus días, Frazier terminó en plena miseria viviendo en un departamento prestado por un fan, cuyo alquiler no habría podido pagar.
Lo que el boxeo le dejó, lo perdió en malas inversiones, como su grupo de rock, “Los Knockouts”, entre otras ocurrencias que tuvo a mal emprender.
Alí, por su lado, terminó multimillonario, pero preso de sí mismo por la enfermedad que lo consumió casi la mitad de su vida (74 años) y que, paradójicamente, lo dejó sin habla: el Parkinson.
DESTINOS INVERTIDOS
Quizás Alí habría preferido cambiar destinos con “Smoking Joe”, pero nadie sabe, y ya nadie sabrá.
Ambos murieron con casi un lustro de diferencia: Frazier por cáncer en noviembre de 2011 y Alí, por su enfermedad degenerativa en junio de 2016.
Hoy los recordamos por haber iniciado la saga de las “Peleas del Siglo”, de las que han existido varias, pero ninguna con una atmósfera y expectativa como esta.