Mérida.- Eran poco más de las 11:00 horas del viernes 12 de febrero cuando Randy Arozarena, novato sensación de las Ligas Mayores de Béisbol (MLB, por sus siglas en inglés), cruzó la puerta del Centro de Readaptación Social (Cereso) de Mérida, una vez más, como gesto de cortesía y amistad, para jugar un partido del rey de los deportes.
Según un comunicado del Gobierno de Yucatán, ataviado con su ropa de entrenamiento y cubre bocas, el número 56 ingresó al recinto cumpliendo todos los protocolos de sanidad de la Secretaría de Salud (SSY), y caminó por el pasillo principal mientras los custodios le abrían los candados, uno a uno, hasta llegar al área general que conduce al campo.
Para la figura de las Rayas de Tampa Bay, el escenario con el fondo de torretas y concertina no resultó nuevo, pues en 2015, protagonizó otro encuentro en el mismo lugar, cuando jugaba en la Liga Meridana, antes de que su capacidad y talento lo llevarán a la Gran Carpa con los Cardenales de San Luis.
Sus contrincantes, personas privadas de su libertad, no salían del asombro cuando lo vieron cruzar el terreno; devolviéndoles saludos a distancia, sin imaginar, jamás, compartir diamante con el deportista más valioso de la Serie de Campeonato de la Liga Americana, que sorprendió al mundo con 10 jonrones y 14 carreras impulsadas en playoffs.
Después de la bienvenida, acomodó su bolsa deportiva, otra con varios bates, un guante y una caja con pelotas que luego obsequió; cerca de él, su asistente prestaba atención a cualquier detalle que hiciera falta.
Después, tomó un bate y calentó un poco para cuidar sus brazos.
Al entrar al campo, desató aplausos y el nerviosismo de quien iba a lanzar… No quisiera nadie estar en sus zapatos. Se acomodó, puso la mirada en el pitcher y, bien afianzado en tierra, se dispuso a batear, pero sólo estaba calentando; al principio, se conformó con responder algunas pelotas y dejó pasar otras. Lo mejor todavía estaba por llegar.
Para la tercera entrada, en su turno a la ofensiva, hizo lo que mejor sabe: anotar cuadrangulares; con sonoro golpe, respondió al segundo lanzamiento.
Así, sacó la bola por el jardín izquierdo, cerca de un módulo B2 del lugar, un edificio habitacional. Hasta los integrantes del equipo contrario juntaron las palmas, al presenciar en primera fila el sello del astro, sin pagar boleto de Grandes Ligas.
En el cuarto episodio, bateó un sencillo que lo colocó rápidamente en primera base; no conforme, buscó la oportunidad de robar la segunda en un leve descuido y, haciendo gala de su velocidad y estatura, tomó la posición sin necesidad de barrerse.
En el quinto, volvió a volar la pelota, ahora hacia el lado derecho; de nuevo, alegría y celebración, con fondo de barda y torretas.
Al término de la séptima entrada, el marcador estaba empatado a seis, pero un hit produjo que el hombre en tercera alcanzara home en medio de una corretiza, entre aplausos y gritos de apoyo de Randy, que atestiguaba la victoria de su equipo con siete unidades.
Ese día, la figura internacional lanzó, bateó, robó en dos ocasiones la segunda base y, sobre todo, se divirtió como un niño; quizá la próxima vez que logre un jonrón en Grandes Ligas, se acuerde de los muros que separan a tantos de su libertad.
La historia de Arozarena, quien se formó en Yucatán desde muy joven, se llevó a la pantalla grande en una película biográfica que produjo Wonderfilm Media.
Entre sus más recientes declaraciones, manifestó su deseo de representar a México en las Olimpiadas de Tokio, para lo cual solicitó al Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, que le otorgue la nacionalidad.
A 15 días de aquel emotivo encuentro, mientras Randy entrena con su equipo en Estados Unidos, la emoción de su presencia y la memoria de lo que causó con su visita prevalecen en el penal; su población continúa disfrutando del rey de los deportes y recuerda los cuadrangulares más largos que se ha visto en el campo del Cereso de Mérida.