Mérida.- Representante de una dinastía de boxeadores argentinos de peso elevado, quizás el menos ponderado de ellos, pero no con menos méritos, Víctor Emilio Galíndez cumple hoy 40 años de haber abandonado este plano existencial.
Galíndez, un auténtico “Toro de las Pampas”, como el original Luis Ángel Firpo y de alcances internacionales como quien fuera su gran amigo Óscar “Ringo” Bonavena, fue protagonista de capítulos singulares en la historia del boxeo del que se fue prematuramente al morir a los 31 años y del que aún después de muerto también estuvo a punto de serlo.
Bonaerense al nacer en la provincia de Buenos Aires (Vedia), mas no porteño, porque no vio la luz primera en la ciudad capital, este gran contendiente de los 70´s vino al mundo el 2 de noviembre de 1948.
Y desde pequeño mostró interés por seguir los pasos de gente como José María Gatica, Firpo, Pascual Pérez, Horacio Accavallo, entre otros de sus paisanos que alcanzaron el estrellato al ser campeones mundiales en una época en la que en verdad lo eran.
Tras ingresar al amateurismo y ser, posteriormente, aceptado como pupilo del medallista de oro por Argentina en Berlín 1936, Óscar Casanovas, Galíndez, ya con un cuerpo desarrollado, ingresó al equipo de su país que viajó a los Juegos Panamericanos de 1967 en Winnipeg, Canadá. De allá volvió con la medalla de plata.
PELEÓ EN MÉXICO 1968
Un año después en los primeros Juegos Olímpicos en un país de habla hispana y latinoamericano, México, Víctor fue eliminado en su primer combate.
Así, ingresó al profesionalismo, donde de manera gradual y con la supervisión del “Mago de la Promoción Latinoamericana”, Juan Carlos “Tito” Lectoure, fue subiendo en los rankings y simpatías de su público, convirtiéndose en un estelarista de la más emblemática arena latinoamericana, el “Luna Park”.
EL PRIMERO EN CORONARSE EN CASA
Fue precisamente allá en ese magnífico recinto, donde hizo historia al convertirse en el primer argentino en coronarse campeón del mundo en su país.
Esa noche, obligó a abandonar la pelea para el round 13 a Lee Hutchins, lo que le dio la versión AMB del cetro semipesado el 7 de diciembre de 1974.
De esa corona, hizo 11 defensas, una de ellas el 30 de junio de 1975 en lo que fue el primer combate titular entre dos argentinos y, ni más ni menos, que en la catedral del boxeo mundial, el Madison Square Garden neoyorquino, donde derrotó por puntos a Jorge Ahumada.
Como muchos púgiles argentinos, Galíndez fue un trotamundos y defendió su título y peleó sin él lo mismo que en Estados Unidos, que en Dinamarca, en Italia, Noruega y Sudáfrica, donde se echó a la bolsa el corazón de sus paisanos y la admiración del mundo al vencer, faltando un segundo para que la batalla concluya, a Richie Kates (su pelea más recordada).
Sangrante desde inicios de la pelea por un cabezazo que por la sangre le nublaba la visión del ojo izquierdo, Galíndez se tuvo fe y ya en los estertores del pleito conectó tres ganchos de izquierda a la cabeza del moreno al que dejó tendido sobre la lona.
Mientras, él, extrovertido, jubiloso, blandía el brazo derecho de arriba a abajo, como contándole a Kates, hasta que el muy emblemático réferi sudafricano Stanley Christodolou le contó el último segundo, justo uno antes del fin de las acciones.
Víctor, quien por esa época siempre compitió en afectos por sus paisanos con su compañero de cuadra, Carlos Monzón, quedó grabado para siempre con esa estampa festiva, de tigre viendo como moría su presa.
Sus paisanos y el mundo la tienen en la mente así. Solo que…
Con horas de diferencia, ese mismo día, pero en Nevada, Estados Unidos, Óscar Bonavena caía abatido a tiros por un mafioso en un caso de faldas o algo así.
Su muerte, ya para entonces todo el mundo y Argentina la sabía, menos Galíndez que al enterarse de ella, no pudo celebrar.
Diversas versiones apuntan a que guardó un severo luto tras ser víctima de un ataque de llanto y dolor por lo ocurrido. ¿Quién habría de decir que tendrían un fin similar?.
Luego de ello, siguió defendiendo su título, hasta que el 15 de septiembre de 1978 en la revancha de Mohamed Alí con Leon Spinks, perdió la corona mundial ante Mike Rosman (kot en 13 rounds).
Fue la de esa noche en el Superdomo de Nueva Orleans, una negra jornada para la fistiana argentina al perder el peso pluma Juan Domingo Malvárez en esa misma velada ante Danny “Coloradito López que tras ser derribado por el sudamericano, pudo noquearlo y preservar en su cintura el fajín mundial pluma del CMB.
La revancha de un campeón duradero con quien lo destronó quedó pactada para realizarse en Las Vegas, pero en una caso inédito y hasta ahora no repetido, con la divisa de la dignidad por delante (qué cojones) “Tito” Lectoure, con Rosman ya sobre el ring, impidió que Galíndez subiera a la tarima.
Lectoure, tipo serio y de una sola cara, no aceptó que “la jugada” le fuera cambiada por la Comisión de Nevada que ignoró el mandato de la AMB y puso en el ring a sus jueces sin importarle la decisión del organismo ecuménico que en consecuencia no dio su aval para la pelea.
“El acuerdo era con los jueces de la AMB, no con los de Nevada”, habría dicho Lectoure que, con la misma, dejó a todo mundo plantado sobre el ring y salió del Caesar´s Palace Hotel con su equipo, sin pelear, sin la faja, pero con el reconocimiento MUNDIAL por haber impedido una injusticia.
Tiempo después, en abril de 1979, Galíndez venció a Rosman, siempre en Estados Unidos, en Nueva Orleans, donde Rosman, de origen judío, abandonó las acciones en la novena ronda.
ADIÓS PARA SIEMPRE A LA CORONA MUNDIAL
Amante de las emociones fuertes, el ya para entonces ex campeón del mundo, participó el 26 de octubre de 1980 en una carrera automovilista y por azahares del destino, su vehículo se averió.
Así, él y su acompañante Antonio Lizeviche, descendieron del carro y se atrevieron a caminar en el acotamiento de la pista, tras declinar una invitación para ser llevados en un automóvil hasta una zona fuera de competencia, y de peligro.
Súbitamente, uno de los bólidos surgió y sin poder evitarlo, aunque frenó, embistió a ambos, matándolos en el acto.
A sus 31 años, el “Toro”, un hombre de aspecto no muy similar al fenotipo argentino, moreno, de rasgos “achinados”, quizás no muy alto y de espaldas anchas, quedaba tendido en el pavimento.
El gran ex campeón dejaba así en la orfandad a María Alejandra, Nina y Darío Víctor y viuda a la señora Ana María.
Darío siguió sus pasos y estuvo cerca, pero al mismo tiempo lejos de darle aún más inmortalidad a su famoso padre.
Disputó el campeonato mundial súperligero de la OMB en la década de los 90´s, lo que los habría de convertir en la primera pareja de padre e hijo campeones mundiales en la historia. El estadounidense Lonnie Bradley se lo impidió al noquearlo.
Ese honor estuvo reservado para los yucatecos Gustavo “Guty” Espadas sr. y Gustavo “Guty” Espadas jr.
Pero a pesar de no ser imitado por su hijo, Víctor Galíndez, el gran boxeador que fue un duradero campeón mundial en la época en que serlo era algo verdaderamente extraordinario y que dio a Argentina un momento de intensa alegría en medio de la muerte de Ringo Bonavena, permanece en la historia como un emblema del boxeo de su país y de la Argentina misma.
Hoy, a 40 años de su muerte, lo recordamos y celebramos desde Mérida, Yucatán…¡¡¡¡Que Siga Descansando en Paz!!!.