Por Juan Carlos Gutiérrez.
Mérida.- Cinco años ya.
Un día como hoy, pero de 2017, el destino terminó de ensañarse con alguien al que la línea de la vida le deparaba gloria, fama y muchas cosas materiales, pero que sucumbió ante ese hado que le dio un portazo de frente, cuando atisbaba las mieles del éxito.
Aquél miércoles 18 de octubre por la noche Daniel Enrique Orozco Herrera finalmente sucumbía a las secuelas de una leucemia que se le había presentado desde el año pasado y que aparentemente había superado.
Orozco Herrera, quien bajo el mote de “Maestrito” Orozco levantó ámpula y mucho optimismo en el boxeo mexicano a finales de la década de los 80´s e inicios de la de los 90´s, moría apenas a los 43 años de edad en el Hospital Regional de Alta Especialidad de Yucatán.
“El sensacional chamaco de Mérida, Yucatán”, dijo una vez sobre él en una transmisión el inolvidabilísimo periodista y comentarista boxístico, Don Jorge “Sonny” Alarcón sobre el jovencito oriundo de la Colonia Morelos, que vivía justo, pero justo atrás del parque Kukulcán, y a unos pasos del sitio de algunos de sus más grandes éxitos y de algunos de sus pocos, pero significativos fracasos: el Polifórum Zamná.
Desde aquél 9 de septiembre de 1989 en el que debutó, fecha en la que, casualmente se cumplían 10 años de la última pelea de Miguel Canto por un título mundial (pareció ser un déjà vu), Orozco fascinó a quien esto escribe y a miles que lo vieron hacer maravillas apenas días después de cumplir 15 años.
Con una larga carrera en el amateurismo, pese a su cortísima edad, Orozco se estrenó ese sábado y peleó en la última reyerta de la noche “enfriando” en el primer asalto al hunucmense Jorge “Relampaguito” Canté, para cerrar la velada que Javier “Candelita” Várguez protagonizó noqueando al capitalino Jacinto Escalante.
Ciertamente, lo hizo ante un rival de segunda, o tercera fila, pero el resultado habría sido igual con cualquiera que peleara a la distancia de cuatro rounds en México, o de otro país. Se los aseguro.
Después de eso, hilvanó una muy prometedora carrera que llamó la atención en planos nacionales e internacionales, cuando siendo un boxeador de solo seis rounds, sometió, noqueó y dejó sentado en su banquillo al sparring del entonces campeón mundial, Humberto “Chiquita” González, Ricardo Flores.
Hizo una carrera ascendente que le permitió sumar 28 peleas invicto, 27 triunfos (un empate) y 25 ganadas antes del límite.
Poco después, el destino le aplicó el nócaut de su vida, el que lo dejó tendido en la lona de la tristeza al quitarle, por un infarto, increíblemente a la edad de 15 años, a su único hijo.
Deshecho moral, mentalmente, Orozco no pudo recuperarse de ese golpe, pese al apoyo y la ayuda de algunas personas, principalmente el que fue su major amigo, o al menos el que más lo respaldó, Luis Rejón.
En 2016, una serie de fiebres y malestares lo llevaron al medico, donde le fue diagnosticada una leucemia que hacia mediados de 2017 parecía haber superado, pero las secuelas que ese mal le dejó terminaron quitándole la vida la noche del 18 de octubre de ese año.
Para quien esto escribe, Orozco ha sido, al menos, uno de los cinco yucatecos que debieron ser campeones mundiales y a los que el destino, más que sus facultades les quitó esa oportunidad. Junto con Julio César Jiménez, Juan Alfonso Keb, Róger Arévalo y algún otro, se quedó cerca de la gloria.
Hoy, lo recordamos sí, con tristeza, añoranza, pero con la confianza de que está en un lugar major que aquél en el que posiblemente ya no le interesaba estar, y acompañado de su hijo y su señora madre, Doña Teresa Herrera Marrufo.