Mérida.- Un disparate del destino se ensañó esa noche sobre el deporte que más le ha dado a Yucatán y sobre el ánimo y la expectativa triunfal de más de 10 mil personas que ingresaron al Parque Carta Clara a ver al cuarto de sus campeones mundiales hacer la segunda defensa de su reinado.
Favorito sin dudas, aunque con algunas reservas, Juan Antonio Herrera Marrufo subió al ring con su pantaloncillo rojo, de la marca Everlast, acompañado de su séquito.
Llegaron a la tarima lamentando el incidente que minutos había sucedido en ese mismo ring, donde el argentino Mario de Marco había noqueado técnicamente en 10 episodios a Miguel “Pulgarcito” Leal, que, desvanecido sobre la tarima, fue llevado a un hospital cercano para atenderlo.
Nadie sabía entonces lo que venía para “El Pulgarcito”…ni para Herrera.
Del otro lado, con la pena de su país sumido en una guerra sin sentido, de tener sobre sus espaldas la responsabilidad moral de regresar a Argentina con el cetro que ya había estado en sus manos, Lucas Santos Benigno Laciar, subía al ring con su equipo, con muchas cosas en contra, pero con una enorme experiencia internacional y capacidad de altísimo nivel.
Más de uno creía erróneamente que por haber caído en el mismísimo Luna Park ante Luis Ibarra, al que después Herrera desmanteló sobre el ring del mismo Carta Clara, Laciar llegaría no sólo como víctima potencial, sino propicia para el triunfo y hasta el lucimiento del campeón…¡¡se equivocaron!!.
Ataviado con un pantaloncillo blanco, el diminuto, pero muy fuerte sudamericano salió con confianza, mas no confiado a buscar el segundo de los tres títulos que conseguiría en su ilustre carrera de, exactamente, 100 peleas.
CAMPEÓN EN ASCENSO, PERO NO AÚN CON EXPERIENCIA PLENA
Enfrentaba a una joven estrella en ascenso, quizás el boxeador más completo del mundo en la división mosca en ese entonces, con grandes habilidades defensivas, pero también ofensivas, mucha clase, una pegada sólida y una preparación inmejorable, pero aún con un poco de carencias en experiencia.
La pelea fue siempre, desde su inicio pareja, cerrada, sin ventaja alguna clara para nadie, menos para el campeón, que si bien tardaba un poco en “entrar en calor” en sus peleas, tuvo un escollo de temperatura más alta aún ante el argentino, tipo “chaparrón”, o “petiso”, como dirían en esa nación, pero muy fuerte, con aspecto de hércules pequeño.
Quien esto escribe, recuerda que entre el quinto y séptimo round, hubo un clinch (abrazo) en el centro del ring y vio a Herrera hacer una mueca, que más de esfuerzo, parecía de dolor.
La lesión (una luxación al parecer) propició que un hueso de la zona de la clavícula derecha de Herrera se saliera de su sitio, imposibilitándole tirar la mano derecha, lo que hizo con mucha reserva, mientras su esquina, según se dijo entonces, le reinsertaba el miembro óseo al sitio que pertenecía, con una botella de Coca Cola.
El público, muy conocedor en aquella época, ya se preguntaba, desde el octavo round, qué sucedía con Herrera y porqué no tiraba la mano derecha, necesaria para rematar el castigo que iniciaba con el jab, o el recto izquierdo, pero que no culminaba con el cruzado, gancho u oppercut.
La derecha la tenía, principalmente, “amartillada” y le servía, si así se podía decir, para defenderse, para contener los golpes que le llegaban con la zurda de Laciar.
Las tarjetas señalaban al panameño Berrocal (en ese entonces el réferi votaba) 116-118 (Herrera); el boricua Samuel Conde 116-116 y el también “canalero” Marcos Antonio Torres 116-115 (Laciar).
“Falucho”, viendo que el final de la pelea ya estaba cerca y entendiendo su importancia, no tuvo otra más que irse con todo, pese al handicap del yucateco, para, ahora sí, avasallarlo y forzar las acciones en su favor.
Uno o dos rounds antes, Berrocal había consultado con el médico de ring (al parecer el Dr. Miguel Castro Sandoval) sobre el estado médico del campeón y al parecer había advertido a su esquina que si el problema persistía, si Herrera no estaba en condiciones de pelear de manera pareja, tendría que detener las acciones…y finalmente eso debió suceder.
Fue una noche por demás triste, por la derrota, pero sobre todo por la manera en que se dio y que si bien no acabó con la carrera de Herrera, sí afectó su futuro, por el impacto psicológico que le produjo.
REVANCHA CON EL MISMO TRIUNFADOR
Ambos se enfrentaron de nuevo el 28 de enero de 1984 en Marsala, Italia, donde Herrera se quedó a un ápice de reconquistar el cetro, pues andaba noqueando a Laciar en el último episodio.
El argentino finalmente hizo lo suficiente, para aferrarse al trono que retuvo en una difícil, cerradísima, aunque no polémica decisión dividida. Dio la impresión de que a Herrera le faltó un poco para mostrar una clara ventaja.
Las carreras de ambos siguieron algunos años más. La de Herrera coqueteando siempre con volver a la disputa del título (lo cual no logró) y la de Laciar con una gran campaña como el mejor campeón mosca de la década de los 80. Tan fue así, que debió renunciar a la corona.
El argentino, que logró un estatus de insigne en su peso, todavía fue campeón del mundo en una ocasión más, al vencer a otro ícono, pero de la división superior inmediata, el mexicano Gilberto Román, en París.
A quien esto escribe le parece que la de esa noche del 1 de mayo de 1982 representó la peor noche en la historia del boxeo local, pues, además, ahí terminó la carrera de un gran prospecto con perspectiva internacional, como el izamaleño Miguel “Pulgarcito” Leal, quien estuvo a punto de morir tras el nócaut sufrido a manos de De Marco, quien vino como sparring de Laciar.
Por si fuera poco, virtualmente todos los locales que pelearon esa noche, perdieron, incluso Daniel Herrera, que tras tener al borde del nócaut al durísimo e internacional tamaulipeco, Roberto Rubaldino, perdió ppor nócaut técnico al sufrir una severa cortada en una de sus cejas.
Fue una noche para olvidar, pero que seguimos recordando.