Mérida.- Protagonista del boxeo mexicano en cualquier época, Marco Antonio Barrera Tapia cumple hoy 20 años de haber dado el paso que puso su carrera en el máximo nivel al que un púgil puede aspirar.
Y no se trata de un triunfo, ni de un nócaut, tampoco de un campeonato (menos los de ahora): Se trató de alcanzar la inmortalidad.
En un día como hoy, 7 de abril de 2001, el orgullo de la Ciudad de México y de todo el país, logró el primer gran triunfo del boxeo de esta nación en el Siglo XXI.
Y nos parece que es, al menos, uno de los cuatro más importantes de la fistiana mexicana en toda su historia.
Reconocido como un contendiente, como un boxeador de peligro y de respeto, Marco Antonio Barrera Tapia, empero, no parecía (¿quién entonces?) tener con qué bajar del trono mundial pluma de la OMB a Naseem Hamed.
Hamed, uno de los astros que hicieron exitosamente la transición del SIglo XX al XXI como figura de primer nivel mundial había arrasado con toda la oposición (de alto nivel) que había hallado.
En 35 peleas había logrado 35 triunfos, 31 de ellos por la vía del nócaut, impresionando no sólo por su pegada, sino por su estilo raro, nada ortodoxo, ultraflexible, vertiginoso, con movimientos “Tipo Matrix”.
Sus salidas al ring, cargado en una silla, como si fuera un rey o un sultán (algo así como lo que hizo Tyson Fury contra Deontay Wilder), o meciéndose en un aro de metal, le granjearon críticas.
Empero, también admiración tácita de esos críticos y de quienes le reconocían sus desplantes y payasadas por sustentarlos con resultados incuestionables y espectacularidad.
Aquella noche del 7 d abril, no había duda: el favorito…gran favorito, era Hamed.
Todo mundo así lo consideraba, menos quien era marcado como la víctima: Marco Antonio Barrera.
Siempre iba contra la corriente, ese era el sello que su carrera tenía, pues pese a esa trayectoria ascendente, no recibía las oportunidades que por su desempeño merecía, por no someterse al stablishment pugilístico.
Inició como peso mosca y llegó a ganar el cetro nacional súpermosca en su pelea 17. Tras barrer con la quinta y los mangos, era merecedor de disputar el cetro mundial de la división.
Y tras pedirla y no recibirla, siempre le decían que pronto, pero jamás le precisaron cuando.
Así como él, también se negó, unos 15 años atrás, Miguel Canto, a hablar mal de su mánager, Jesús “Choláin” Rivero.
Forzando la situación, no dejó opción y se ganó el derecho de disputar un cetro internacional del CMB en Buenos Aires y aunque ganó la pelea a Carlos Salazar, no dio el peso y no fue reconocido para disputar el título del mundo.
Ya el peso le ganaba. Y así, brincó hasta la división súpergallo, donde logró el campeonato del mundo, pero en la versión de la OMB.
En ese trono se consolidó como un buen campeón, hasta que tuvo el infortunio de encontrarse, en su novena defensa, con un huracán llamado Junior Jones, quien lo destronó por una descalificación circunstancial, no sin arrasarlo previamente.
Luego de volver a perder con Jones, rehizo su carrera e incluso volvió a ganar el título súpergallo, para volver a perder poco después con Erik Morales en una pelea que debió ganar.
Con ese panorama, llegó a la pelea con Hamed, que ultraconfiado en sí mismo y ensoberbecido no le dio el crédito que merecía, cavando la tumba de su invicto…y de su carrera.
Barrera, tipo ya colmilludo, fraguado en la gloria del triunfo y en el infierno del fracaso, pero además boxeador muy completo, había estudiado a conciencia el difícil, indescifrable estilo del británico-yemenita.
Y como resultado de ello, le dio un “baño”, al soportarle su tren de pelea, nulificarlo, voltearle la tortilla y, por momentos, hasta humillarlo.
Con valor, inteligencia, gran preparación física, Barrera logró una categórica, clara victoria en la primera gran victoria del boxeo mexicano en el Siglo XXI.
Una victoria que, por lo que implicó, no solo puede, sino que merece ser considerada entre las grandes del boxeo mexicano a nivel internacional, junto con la de Salvador Sánchez vs. Wilfredo Gómez (la más destacada), Antonio Margarito vs. Miguel Cotto y, claro, Juan Manuel Márquez vs. Manny Pacquiao.
A partir de entonces, Barrera ya dejó de ser el lado B de la película y recibió las consideraciones que su desempeño le deparaba.
Y, además de seguir haciendo una gran carrera, continuó su camino hacia la inmortalidad.
Una inmortalidad que él, con sus guantes y valentía, se ganó aquella noche del 7 de abril de 2001 en el MGM Grand Hotel de Las Vegas.