Mérida.- Península Deportiva rinde un homenaje muy especial y afectuoso a uno de los boxeadores más recordados (bueno, en estos tiempos ya no sabemos), o que al menos siempre deberían de serlo, nacidos en Yucatán.
Hace 100 años como hoy nació en esta ciudad el valiente y aguerrido púgil Julio César Jiménez, sinónimo de combatividad y, sobre todo, fortaleza.
Oriundo de esta capital, aun que muchos lo ubicaban como carmelita, Jiménez, tenía circulando en su organismo sangre yucateca y holandesa.
Poco o nada de él se recuerda o fue registrado en sus primeros años, y la primera alusión a él en la historia, fue el 1 de mayo de 1938 en Ciudad del Carmen (tierra de su madre), cuando debutó a los 16 años en la arena Quijano de esa isla.
En esa ocasión, se estrenó en el boxeo de paga enfrentando a un rival que fue anunciado como “Tommy Far”. El resultado: nócaut en tres rounds para Jiménez.
A partir de ahí comenzó una saga deportiva que lo llevó por arenas de Estados Unidos, Cuba y México convertido en un estelar de la división ligero, y luego, de la wélter.
Peleó con lo mejor de lo mejor del mundo con gente del máximo nivel, entre otros Maxie Shapiro (al que noqueó en Nueva York), Enrique Bolaños, Art Aragón y Gerardo González “Kid Gavilán”, quienes lo vencieron.
Además, combatió con gente de primerísimo nivel nacional y de clase internacional como Tony Mar, Pedro “Jaibo” Ortega, Carlos Malacara, Pedro Biesca (conocido réferi en las décadas de los 70´s y 80´s del siglo pasado), “Chico Varona”, Tomás “Conscripto” López y Paulino Montes, entre otros.
De guardia derecha y dicen, quienes lo vieron, de buen boxeo, más de oficio, que técnico, pero siempre con una insuperable fortaleza, sometía a sus rivales más psicológicamente, que con la fortaleza de sus puños.
Si bien pegaba algo más que catarros, estaba lejos de ser un noqueador de un solo golpe. Resolvía sus peleas, y las terminaba, cuando podía, antes de tiempo, sometiendo a sus contrarios.
Los acosaba, iba hacia adelante golpeándolos, principalmente en el cuerpo y recibiendo a capa abierta, todo lo que le tiraban, los cansaba física y mentalmente al ver aquellos que a pesar de que le pegaban hasta con el banquillo no sólo no le hacían nada, y no retrocedía, sino que parecía que le daban baterías para seguirles pegando.
Viendo esto, siendo golpeados y perseguidos por todo el ring, sin podérselo quitar de encima, se venían abajo anímicamente y terminaban en el mejor de los casos, sentados en su banquillo, o tendidos en la lona.
Era, dicen los que lo vieron, un espectáculo sobre el ring, pues desde que sonaba la campana se ponía a tirar golpes sin pausa y dispuesto a recibir lo que sea, valiéndole un comino, pues sabía que tenía la fuerza para resistir lo que sea.
Además, tenía “pinta de boxeador caro”, con bata larga, hasta los tobillos, como debiera siempre ser, alto, espigado, claro de color y pelo ensortijado entre rubio y rojo, con personalidad y carisma antagónico; es decir, le caía bien a unos y otros lo mandaban muy lejos, por considerarlo lo que en estos días se llama: “Fifí”.
Empero, “Fifí”, o no, valor y hue….lga decir qué, le sobraba para rifársela allá arriba y ganarse la vida en el único oficio en el que se cobra recibiendo golpes.
Don Julio César fue campeón nacional de peso ligero (venció a Tony Mar) y fue el segundo campeón nacional yucateco, detrás de Raúl Solís (ambos por cierto, coronados en 1949).
No hizo huesos muy viejos en el trono de los ligeros, aunque se mantuvo hasta 1952, cuando fue destronado por Manuel Rivera, por la vía de los puntos.
Trató, tiempo después, de ser campeón nacional de los wélters, pero Tomás “Conscripto” López se lo impidió, también por la vía de la decisión.
Se retiró a mediados de la década de los 50´s, ya hacia la de los 60´s, luego de combatir con Álvaro Gutiérrez, luego de pelear durante cerca de 20 años.
Fue estelarista de la Arena Coliseo, de la Saint Nicholas Arena de Nueva York y, claro, peleó muchas veces, en el Madison Square Garden, la arena más importante de la historia, donde en una ocasión fue estelarista ante Román Álvarez, al que derrotó.
Jamás perdió en la máxima arena del boxeo mundial, donde cada vez que se presentó, fue para ganar todos los pleitos para los que fue contratado.
Terminó su carrera con más de 150 peleas, aunque solo 141 aparecen registradas. De todas esas, solamente perdió por nócaut técnico, en dos ocasiones (nunca quedó tendido en la lona oyendo los 10 segundos) y fue enviado a la lona en una sola ocasión por el primer ligero del mundo, Enrique Bolaños, que lo detuvo en nueve rondas en Los Ángeles.
Hoy, a 100 años de su venida al mundo, lo recordamos con aprecio y admiración. Dios lo bendiga, donde quiera que él se encuentre ya.