Mérida.- Península Deportiva recuerda con nostalgia esta fecha en la que hace 70 años, como hoy, se bajó para siempre de los cuadriláteros el que para nosotros ha sido el más grande peso completo de la historia.
Aquella noche del viernes 26 de octubre de 1951, el Madison Square Garden (su penúltima sede) registraba una entrada a reventar y no podía ser menos.
Bajo su ancha y larga marquesina, tipo de circo, miles y miles de personas hacían fila para entrar al legendario recinto y ver el choque de dos colosos, uno que aparentemente aún tenía con que seguir en alto nivel en el deporte de las trompadas y otro que venía con todo, acompañado de un gran récord.
Era el clásico choque de la juventud contra la madurez, con visos de vejez boxística:
Joe Louis versus Rocky Marciano, una pelea, quizás no esperada, no prevista poco tiempo atrás en la mente de los fans, pero, cuyo anuncio fue un conjuro para que todo el mundo del deporte y del boxeo virara su atención a ella.
El campeonato mundial de los completos no estaba en juego, pero no hacía falta. La alta, altísima calidad de los combatientes relegaba el membrete.
Louis, ya no en su mejor momento deportivo, pero aún siendo un rival de altísimo respeto, buscaba, quizás ya no regresar al trono que ganó una vez y defendió en 25 ocasiones.
Buscaba bajarle la furia, fintar los coletazos de un ingrato mounstruo al que él mismo, sin saberlo, apoyó, ayudó y engrandeció en sus peores momentos: “El Tío Sam”.
La Oficina del Tesoro de Estados Unidos, a través del IRS lo abrazó con sus tentáculos y lo obligó a pelear, virtualmente el resto de su carrera, para pagarle impuestos que, según esa oficina, le adeudaba.
No le importaron las peleas de exhibición que el orgullo de Alabama había ofrecido de manera gratuita, a los soldados estadounidenses confinados en campamentos en Europa, durante la II Guerra Mundial.
Si bien, Louis nunca se exprimió por dar el peso, dada su condición de militar en la división de los completos, sí sufrió ese tormento de otra manera: la psicológica, gracias a los ingratos, que en vez de reconocerle su aportación en la Guerra, lo pusieron de cabeza desde los tobillos para sacarle todo, hasta la sangre.
Así, esa noche de viernes, Joe Louis subió, favorito para algunos, con dudas para otros, a enfrentar al ascendente meteoro venido de rumbos cercanos a la “Gran Manzana”: Massachusetts.
Si bien en la atmósfera pululaba silencioso el fantasma de la derrota para Louis, nadie se imaginó verlo, al final, en tan lastimero estado, sacado del ring a golpes, tambaleante, encorvado, y con el famoso réferi Ruby Goldstein parándole la pelea.
A Joe Louis le sucedió lo mismo que casi 30 años después a Mohamed Alí, cuando se quedó sentado en su banquillo, perdiendo por nócaut técnico ante alguien para quien él había sido un ejemplo: Larry Holmes.
Holmes nunca se enorgulleció y lamentó haberle ganado, y de esa manera a quien había sido su ídolo y de quien había sido sparring y hasta peleado en el respaldo de las funciones que Alí encabezaba.
De la misma manera, Marciano siempre lamentó haber vencido, de es amanera a quien para él había sido una especie de súper héroe.
Así, la insigne, egregia carrera de Louis, acabó esa noche en la que cedió ya totalmente la estafeta de los pesos completos a quien sería uno de los dos mejores campeones de raza blanca de esa división: el otro, por supuesto, fue Jack Dempsey.
La derrota, por supuesto, no hizo de menos la carrera de Louis, pero sí le confirió un halo de tristeza a la velada, que incluso ensombreció la gran victoria de Marciano, quien solo hizo lo que tenía que hacer; boxear y dar lo mejor de sí.