“George White”
Mérida.- ¿”Oye Juan Carlitossss, ya viste quién se murió?.
“Noo, “chieff”, ¿quién?”, le respondí a mi jefe y gran amigo, Julio César Amer Alzina, al entrar a la redacción del Diario Novedades, justo al medio día de ese 3 de enero de 1992.
“Geooorge White”, ¿quién?, pregunté de vuelta con la duda (o queriendo que así fuera) de si se trataba de la leyenda viviente de la radio beisbolística, o el jardinero derecho de los Leones de Yucatán de aquél entonces, George Wright (un ex ligamayorista de los Rangers de Texas).
Una vez confirmada la identidad del fallecido, no sentí nada, fue algo seco, como que no lo crees, sobre todo, luego de que poco antes había hablado con él, cuando me llamó (muy amablemente) para informarme de la muerte de Benjamín “Cananea” Reyes, a quien él seguiría por el mismo camino, días después.
Jorge Alberto Blanco Martínez, encarnó el prototipo del periodista (no solo fue locutor o “cronista” como mal e imprecisamente somos llamados los que nos dedicamos a la reseña del deporte) deportivo.
De aspecto humilde, sencillo, muy limitado en lo material, prefirió dedicarse a reseñar, a difundir información y a dar su opinión sobre su máxima pasión a lo largo de más de cuatro decenios.
Fue trabajador, por más de 30 años de Telégrafos de México y su conocimiento en el manejo de ese sistema le permitió trabajar como receptor de teletipos en diarios locales, entre ellos el Diario del Sureste y el Yucatán, donde hizo sus “pininos” en el periodismo escrito.
Allá mismo, al estar en contacto con agencias internacionales y con interés y esfuerzo, aprendió y dominó el idioma inglés que tan útil le fue para poder alcanzar sus aspiraciones infantiles.
Fan peloteril desde los tiempos del parque de Itzimná, “George White” soñó, a partir de entonces, con ser parte de ese mundo de bats, guantes y pelotas voladoras.
Sus sueños lo siguieron a los tiempos de la Liga Peninsular en la que veía a Jorge “Primo” Abraham narrar los juegos de ese circuito predecesor de la Liga Mexicana de Béisbol (LMB) y se veía a si mismo acompañando al gran promotor peloteril motuleño y a sus ídolos del torneo cubano Felo Ramírez y al máximo presentador radiofónico del mundo del “Rey de los Deportes”, el argentino (sí, argentino) Eli “Buck” Canel.
Luego de oírlos e imitarlos por años en sus tiempos de soledad, “George White” sacó lo mejor de todos ellos, lo adaptó a sí mismo, creando una nueva identidad: La del máximo narrador de béisbol que ha existido en la península (junto con su alumno Russel Gutiérrez Canto).
Rolando Bello “Landoro” fue el primero en darle una oportunidad en la radio, aunque no tuvo grandes espacios, más que por competencia, por la “grilla” que hasta el siglo XXI existe por ocupar esos espacios en los medios, donde no necesariamente (no en todos los casos) están los mejores, sino los que más flatulencias ajenas aceptan oler.
“Movido”, Blanco Martínez logró patrocinios para un proyecto radiofónico temprano por las mañanas en el que, con hoja de anotación en mano, reproducía los juegos de la noche anterior, simulando efectos con diversos artículos, entre ellos lápices, monedas o cualquier cosa que su agudo ingenio le trajera a la mente.
Poco a poco, con mucho trabajo, particularmente talento y, principalmente responsabilidad, se fue colocando en el imaginario colectivo, hasta lograr narrar la LMB en el parque Carta Clara.
Su buena voz (entre grave y aguda), agudos, precisos y amenos comentarios fueron abriéndole camino y haciéndole buena fama, incluso entre los propios especialistas de béisbol de México…y de Estados Unidos.
Y SE ABRIÓ LA PUERTA
Desde allá, precisamente desde la ciudad que siempre soñó conocer, Nueva York, un día le llegó una invitación del célebre periodista deportivo mexicano radicado en esa ciudad, Pablo Ruelas Núñez, para que narrase, junto con él…y Buck Canel, una decena de juegos de los Yanquis para la Cabalgata Deportiva Gillette (hoy extinta).
El problema, es que el mismo Blanco Martínez tenía que sufragarse el viaje y estadía en la “Babel de Hierro”, y para ello, presentó a sus patrocinadores la misiva que Ruelas Núñez le había enviado desde la gran urbe.
Nadie le creyó, así que cabizbajo, un día, al llegar a su jornada laboral en el Diario de Yucatán, uno de sus directivos, Mario Menéndez Romero, lo vio triste, consternado y al él explicarle el motivo, el periodista le dio una rápida solución:
Inmediatamente, el citado diario publicó un anuncio avisando a la sociedad yucateca que un periodista y narrador tenía la oportunidad de ser el primero, nacido en el estado, en trabajar en la famosa “Urbe de Hierro”.
Y bueno, así, los patrocinadores se pelearon por apoyar al aún joven Jorge Blanco, que hasta un traje recibió de regalo de parte de la Cervecería Yucateca.
De tal forma, en 1961, Jorge Alberto Blanco Martínez hizo realidad su sueño y voló hasta la costa Este, donde ocupó un sitio en la cabina radiofónica del Yanqui Stadium, junto a aquél, hombre al que ya pudo conocer en persona y con el que tuvo la capacidad suficiente para alternar.
Fue allá mismo, en uno de los juegos de esa histórica temporada, en la que vio empalmar jonrones espalda con espalda a Mickey Mantle y a Roger Maris (que ese año rompería la marca de vuelacercas de una temporada de Babe Ruth), cuando ante el asombro y al no hallar una expresión precisa para describir lo visto, le salió de lo más profundo la frase que le terminaría de dar identidad: Avee Maríaaaaaaa.
Don Jorge regresó al menos tres veces más a narrar béisbol a Estados Unidos, todas ellas, como la primera, en castellano y en una de esas ocasiones lo hizo toda una temporada, la de 1982.
En ese año, narró desde Nueva York y, prácticamente desde todos los parques de Grandes Ligas, pues le tocó acompañar en sus giras a los Yanquis y a los Mets, que “patrullaban” en la Liga Americana y en la Nacional, en ese orden.
Nadie lo ha igualado en ello, ya entrado el Siglo XXI, nadie.
TIPO SENCILLO Y “BONACHÓN”
Jorge Blanco, para quienes no lo conocieron era un tipo corpulento, de alrededor de 1.75 metros, con el fenotipo del yucateco, de boca prominente, ojos grandes, algo “saltones”, bigotito siempre bien rasurado.
Vestía de manera sencilla, elemental, pero siempre limpio, y con lociones que recordaban a las que eran comunes en la década de los 70´s, como la “Brut”.
Andaba con sus camisas por fuera, éstas normalmente con estampados de esos tiempos, o también con abrigos largos, y paso algo cansino.
Podía vérsele por las calles del centro de Mérida circulando en su “volchito” color beige que en una de sus ventanillas traía un banderín de los Yanquis de Nueva York.
Embebido, o “embobado” en su mundo beisbolístico, mientras conducía su humilde vehículo traía “majado”, entre su hombro y su oreja izquierda un “radito” en el que oía los comentarios que había grabado horas antes en su muy gustado programa “Siguiendo a los Leones”.
“George White” era algo taciturno, reservado con quienes no conocía, pero muy dicharachero y con algunas voladas con aquellos con los que ya tenía confianza.
Fue, la verdad, un muy buen hombre, de buen corazón, claro está, con sus “asegunes” como todo ser humano, muy ingenuo, inocente en muchas ocasiones, aún a sus 68 años y, además, generoso con lo único que podía ofrecer, además de su amistad: sus infinitos conocimientos de béisbol.
A quien esto escribe (y no se diga con Russell Gutiérrez) le compartió muchos datos e incluso llamaba a nuestros domicilios (el celular entonces comenzaba y era carísimo usarlo) para conversar cosas de béisbol.
LO DE SIEMPRE
Su “alma blanca” lo hacía, comúnmente, blanco de bromas, muchas de ellas verdaderamente pesadas de los que eran sus contemporáneos en la reseña beisbolística y que, en el fondo, le tenían envidia.
Él llegó a lo más alto posible; los otros no pasaron del parque Kukulcán y de las redacciones de sus diarios, o cabinas de sus radiodifusoras.
Y de eso pudimos darnos cuenta, quienes trabajábamos en el diario Novedades de Yucatán, pues al verlo entrar por las noches a la redacción, para escribir la crónica del partido, principalmente cuando los melenudos estaban de gira (él oía el juego por radio y lo anotaba), ya sabíamos si habían ganado con solo ver su rostro.
SU CARA ERA EL SCORE MELENUDO
Pro estadounidense (hablaba con muchos anglicismos), veía al Jefe de Deportes, Julio Amer y si lo llamaba por su nombre diciéndole “Yulaiii” (por el mes de Julio en inglés) y, además sonriente, todos en la redacción sabían que los Leones habían ganado (no existía ni siquiera el internet, ni pensar en redes sociales).
Era un tipo, como muchos que nos dedicamos a este oficio, que quiso ser profesión y terminó convirtiéndose en apostolado, con una agilidad mental fuera, muy fuera de lo normal, sobre todo en lo matemático.
Sin ver estadísticas, podía decir y así lo narraba, “al volapié”, los promedios de bateo y efectividad de cada bateador o pítcher, cosa que se ha ido perdiendo con los narradores de hoy día que ya no ejercitan el seso, o que ya no confían tanto en ese órgano, y recurren forzosamente al “tío google”.
LO BUENO LE LLEGÓ MUY TARDE
La vida no fue muy pródiga con él y es que ya siendo una persona mayor, una empresa cervecera le dio un magnífico, de verdad estimulante contrato para dejar a los Leones e irse a narrar los juegos de los Piratas de Campeche.
Lo mismo pasó con el Novedades en el que ganaba una propina, para irse al Diario Por Esto, tras una invitación directa del dueño y director general de ese periódico, Mario Renato Menéndez Rodríguez, quien le mejoró exponencialmente sus emolumentos.
Desafortunadamente, fue no más de un año lo que disfrutó de esas alzas salariales, acorde a alguien de su capacidad y, sobre todo, trayectoria, pues la madrugada del 3 de enero de 1992 se despertó agitado, sintiéndose mal y muy lamentablemente estando consciente del infarto que le estaba dando, para morir en un sofá.
Su colega y amigo de andanzas beisboleras, Jorge Carlos Menéndez Torre, fue inmediatamente a apoyarlo, pero ya nada pudo hacerse por él, su corazón había abanicado el tercer strike.
Para “acabarla de amolar”, en su segunda convocatoria al Salón de la Fama del Béisbol Mexicano, fue designado unos días después (la elección se hizo antes de su muerte).
De tal forma que careció de la fortuna de verse en el Salón de la Fama, algo que, comprensiblemente, quería con todas las fuerzas de su ser. Su hijo recibió la designación en su lugar.
Don Jorge Alberto Blanco Martínez fue enterrado alrededor de las 18:00 horas de ese mismo viernes 3 de enero de 1992 en el lado oriente del panteón de Xoclán, mismo sitio, donde 20 años después yacería, también para siempre, uno de sus leones preferidos, Ray Torres.
Hoy, a 30 años de su deceso, lo recordamos con mucha nostalgia, enorme cariño e infinito respeto y agradecimiento, qupsd (Que en Paz Siga Descansando).