Mérida.- La fecha que conmemora este día es usualmente asociada al amor de pareja, al de hombre y mujer. En síntesis, al amor carnal.
Pero “Cupido” quiso también que generara amistad, solidaridad, comprensión y empatía entre los pocos a quienes les envió su flecha.
Y en Yucatán, esos pocos fueron muy bien escogidos.
Ejemplos no sobran, pero sí son los suficientes para, a través de sus vidas, haber regado en su paso por este mundo la semilla del amor…la de la humanidad.
En el caso de estos héroes, de buen corazón, sus circunstancias adversas, sea personales, físicas, económicas, de carácter, no fueron limitantes para trascender y dejar su huella como buenas personas.
Ya sea con apoyo económico, aún sin tener con qué, con respaldo anímico o de otra especie, ellos fueron campeones de la amistad a los que nombraremos sin orden de importancia, pues en el fondo tenían la impronta del bien.
1.- William Abraham Dáguer: Hombre muy, muy apegado a la religión, que predicaba con el ejemplo, y sin que su mano izquierda “supiera” lo que la derecha hacía, el máximo mecenas (hasta hoy día) del deporte en Yucatán fue un ejemplo de buen ser humano.
Su apoyo al deporte, y en particular a los deportistas, perduró por décadas invirtiendo millonarias sumas en el boxeo, que nunca fue un gran negocio para él, pero sí le dio trascendencia y le permitió desfogar esa cauda de solidaridad por sus semejantes.
Decenas de boxeadores pudieron hacer un patrimonio pequeño, o grande, gracias al apoyo para sus carreras, o bien, al recibir de él un empleo para laborar en sus múltiples comercios, lo que les permitía llevar el sustento a sus hogares. Bueno, hasta socio se convirtió de alguno de ellos.
Pero aparte de ello, su actitud como si fuera una persona común y corriente (que estaba lejos de serlo y no por su capital económico, sino por su capacidad de emprender y generar grandes proyectos) lo retrataba como alguien con un alma especial.
En una ocasión, quien esto escribe, hace ya poco más de 30 años, lo vio sentarse en el quicio (pretil) de una de sus cuatro tiendas en la calle 65, a comprar “sábanas” de lotería a una persona que se las ofreció y que resultó ser un conocido suyo de la niñez.
Justo pasaba por ahí un “chinero” (vendedor de naranjas) con un artefacto que aparentemente fue inventado en Yucatán, que pela las naranjas y a quien le pidió dos; una para él y otra para el billetero, para comenzar a chuparlas.
Fue una estampa que me pareció debía haber sido retratada para el anecdotario social yucateco al ver a un ser que, no obstante su posición económica y social, mantenía su esencia popular, pueblerina, (era de Halachó) no sólo sin dejar de ser alguien importante, sino más allá, demostrando su humildad y confirmando que era un gran señor.
Don William, persona espigada físicamente, y, además sencilla y sobriamente elegante, se sabía perfectamente los nombres y ubicación de varios pueblos y municipios de Yucatán, sobre todo los del sur.
Un personaje tan bueno y decente como él, como fue Don Raúl “Ratón” Macías Guevara (el deportista más decente que haya conocido) siempre decía en sus múltiples incursiones por Mérida:
“Me gusta venir aquí a Mérida, porque tengo mucha gente que aprecio, entre ellos mi amigo Williams (sic) Abraham, que siempre me obsequia mis guayaberas”.
A propósito de guayaberas, otro personaje del boxeo, el insigne réferi sudafricano Stanley Christodolou nos dijo la última vez que nos lo encontramos que siempre lo recordaba con aprecio y aprovechó para, abrir su cartera.
De ella, el “James Bond del boxeo” (está o estuvo idéntico a Sean Connery) extrajo una foto de unas décadas atrás en la que aparecía con una de las guayaberas que el sr. Abraham le obsequió.
Y para rematar, si hubiera un resquicio de duda en cuanto a este perfil, he ahí el Asilo de San Vicente de Paúl, que a casi 20 años de la desaparición física de Don William prevalece asistiendo a personas mayores, desvalidas y dándole dignidad a sus últimos días.
2.- Douglas del Castillo Angulo: Ya muchos no lo recuerdan, pero era el personaje más visible del básquetbol yucateco (creemos que era el dirigente del Circuito Peninsular de Básquetbol (Cipeba)) hasta mediados de la década de los 90´s.
Douglas, tipo sencillo, era muy pródigo con la gente del básquetbol y dentro de sus posibilidades ayudaba a quien se lo pidiera o no. Amable, era constante visitante de la caseta de béisbol que la directiva de los Leones de Yucatán le quitó a la prensa en el parque Kukulcán y nos obsequiaba bolsas de polcanes.
La conjugación de una tragedia familiar y una enfermedad (diabetes) precipitaron el final de sus días, cuando aún no era una persona mayor. Se le recuerda con aprecio.
3.- Alejandro Preve Castro: Don Alejandro, fue un tipo pródigo, amable y suma y exacerbadamente noble. Vivió en buena parte de su existencia por y para el ajedrez.
Dos veces aspiró a ser el Presidente de la Federación Mexicana de este deporte (Fenamac) y fracasó en llegar al cargo y pese a ello, no dejó de apoyar al ajedrez y a los ajedrecistas, pese a los muchos timos de los que era objeto.
Mantuvo de su peculio, por años, la realización del ya virtualmente extinto torneo Carlos Torre Repetto, que ya sin él, dejó de ser el más importante de México y Latinoamérica.
Su obsesión por el “Juego Ciencia” lo llevó, junto con la crisis iniciada en 1994 y desatada en 1995, a perder buena parte de su patrimonio, pero con trabajo, constancia y el talento empresarial que le sobraba, salió adelante, justo antes de enfermar y morir hace ya cerca de un decenio.
A mucha gente y ello le consta a quien esto escribe, le tocó ser apoyada por él en todos los aspectos, no solo en el material. Era un tipo bonachón y bueno, como muy pocos. Seguro está con Dios.
4.- “Chichonal”: Tipo folclórico y de personalidad ambivalente, pues podía ser amado, pero también todo lo contrario, Jesús Manuel Erosa “Chichonal” era un tipo sencillo, humilde y muy ingenuo a veces, pese a haberse crecido en la calle.
Controvertido, se metía en muchas broncas por su mal uso de la pluma, muchas de esas veces por “ayudar” a gente que le llenaba la cabeza de humo y cuya causa abrazaba.
Sin centavo alguno más que los pocos que traía en su raído morral chiapaneco , se desprendió en más de una ocasión de esos recursos, para ayudar a muchos, algunos de ellos que mal le pagaron.
En una ocasión, en diciembre de 1993, estando en Las Vegas, sin decir agua va y sin conocerlo, le dio 100 dólares (algo así como el 30 por ciento de lo que llevaba) a un jovencito reportero jalisciense que se echó la puntada de asistir a la convención del Consejo Mundial de Boxeo en esa ciudad con poco más de esa cantidad.
Varios reporteros, al conocer el caso, lo ayudamos, algunos de 10, otros de cinco, quizás alguno por allá de 20 dólares, pero “Chichonal” se “la prolongó” al obsequiarle 100 “dolarucos”.
Quizás no pensó que en los tres últimos días que permanecería allá, habría de comer de los tickets de alimentos con los que el CMB apoyaba a algunos periodistas. Además, se trasladaría en puro “raíd”, o a puro “patín”, lo que no parecía molestarle al buen Jesús Manuel.
Años después, tuvo el desatino de firmar como aval para la casa que un amigo suyo rentaría con su pareja. Pues sucedió que ese amigo, súbitamente murió y la citada pareja, dejó el inmueble sin haber pagado varios meses de renta.
Vaya bronca en la que “Chicho” se metió y debió solventar, sólo él y Dios supieron cómo, porque el adeudo era muchísimo y él no tenía, como todos sabemos, dinero para salir del compromiso. Y todo por ayudar a un amigo.
Raúl Gamboa Ayuso: Conocido, o mejor dicho recordado como “Borolas, o Cerebro”, Don Raúl fue de las personas más gentiles, amables y carismáticas que se hayan visto en el boxeo.
Siempre servicial, mas no servil, era consejero boxístico y personal de muchos púgiles y de gente del ámbito.Llegaba a cualquier arena de Yucatán y se le abrían las puertas, por su manera de ser y por ser útil.
En cientos de ocasiones subía al ring a cargar y pasear los números de los rounds, recibiendo chiflidos “coquetos” a los que él respondía sonriendo o contoneando sus caderas, para “hacer más ambiente” entre los fans que se morían de risa con sus ocurrencias.
Luego del box (boxeo), se iba a su casa (vivía creemos por Chuminópolis) en su bicicleta, o bien, en el aventón que recibía de cualquier fan, boxeador, o periodista.
Era conocido en Mérida, pero también en Guadalajara, y en la Ciudad de México, donde tenía un buen amigo, Ignacio “Nacho” Beristáin.
En Mérida, Guadalajara, Ciudad de México, o en cualquier otra plaza del país en la que estuviera, ganó buen dinero por sus amplios conocimientos: era apostador, y de los buenos.
Tenía un ojo crítico muy educado y, además, conocía a profundidad a muchos boxeadores y mánagers y eso le permitían tener un criterio que le hacía ganar casi siempre.
Murió hace ya casi 15 años, a los 67 años, de un cáncer que se lo llevó rápidamente.
Andrew Pérez: Empresario estadounidense que se mimetizó con el boxeo yucateco y en quien este deporte se apoyó por un decenio, el sr. Pérez fue un caballero y una magnífica persona, cuya bondad y nobleza fue vulnerada en más de una ocasión por gente del inframundo pugilístico.
En una ocasión un ente de ese inframundo lo estafó y le firmó un pagaré de unos 50 mil pesos (de alrededor de 2009) y, claro, jamás le pagó.
Con poca fortuna en la promoción del boxeo, justo cuando había conseguido su recompensa al tener en sus filas a ese gran prospecto que fue Iván “Sonrics” Ramírez, Andy Pérez sufrió la pérdida de este gran talento que se suicidó el 4 de julio de 2019.
Andy fue pródigo, desde su cuadra de boxeadores, hasta con la afición. Fue el primer promotor en la historia del pugilismo yucateco en presentar una función de boxeo con acceso gratuito.
Ese día, aquél “ente” que lo estafó estaba pegando de gritos en estado inconveniente, criticando, al borde de la zona técnica, la promoción de aquél a quien le debía no solo dinero, sino otras cosas.
El sr. Pérez de quien también más de un boxeador se aprovechó, apoyó otras causas deportivas y de tipo diverso, durante los varios años en los que vivió en Yucatán, a donde aún viene ocasionalmente.
Su esposa es la, bien recordada yucateca, Lili Pérez, quien le obsequió dos preciosos bebés.
Pedro Morcillo López: Hombre chambeador, inteligente, con talento y “ángel” para relacionarse en el nivel que sea, hizo fortuna, tras venir de Mocochá y hacer realidad su sueño de tener una tienda de deportes similar a la de Martí, que conoció en sus mocedades en un viaje a la Ciudad de México.
Enamorado, “enfermo” del fútbol, Pedro ha sido la catapulta para apoyar y hacer realidad las aspiraciones y sueños de mucha gente del balompié yucateco.
En una ocasión, hace unos 25 años, estando en su oficina entrevistándolo, sonó su teléfono, donde le informaron que un prospecto local para Primera División estaba por perderse la oportunidad de ser visoreado por un club de Primera División por falta de dinero para trasladarse a Guadalajara.
Sin pensarlo, Pedro dispuso comprarle el boleto de avión. Con el tiempo, ese prospecto llegó a Primera División, donde duró años, y hasta jugó en el extranjero.
Sin ese apoyo, sin esa decisión tomada a bote pronto por Pedro, ese jovencito no habría sido la figura nacional que fue y no habría generado el patrimonio que le permite vivir hoy día, decorosamente.
Esas y muchas otras anécdotas similares forman parte de la trayectoria del primer ejecutivo yucateco en formar parte de la delegación mexicana en un Mundial de Fútbol.
Jorge Robleda Moguel: El “Rey Midas” del tenis y golf yucateco ha sido en sus no menos de 40 o 45 años en el deporte un tipo amigable y excelso anfitrión de miles de tenistas que han venido a jugar a Mérida las decenas de torneos que ha organizado, más allá de su primera “hija”, la Copa Mundial Yucatán.
Patrocinó y apoyó a muchos tenistas foráneos y yucatecos en su primera fase como “sponsor” del deporte y luego hizo algo similar en el golf, donde llegó a ser Presidente de la Federación Mexicana de este deporte.
Asimismo, le echó la mano a más de uno de sus amigos, entre ellos periodistas en momentos difíciles (usuales y constantes en esta actividad que quiso ser profesión y terminó convirtiéndose en apostolado) y a más de uno de sus colaboradores.
Cada fin de año, virtualmente sin falta, organiza en un inmueble suyo, un convivio con los periodistas deportivos, siendo el único que ha tenido a bien hacer de eso una tradición.
Sin los recursos del Instituto del Deporte de Yucatán (IDEY), sin los de organizaciones deportivas sólidas como los Venados de Yucatán, o aún más, los Leones de Yucatán, pero con la voluntad que a esas entidades les falta, tiene, anualmente, con los periodistas (y seguramente con otros grupos) ese detalle de empatía.
Carlos Iturralde Rivero: Don Carlitos, el primer yucateco en formar parte de la selección mexicana de fútbol, era, como todos los que lo conocimos recordamos, un ser humano echo a la antigua en todos los sentidos, sobre todo en el de los principios.
Sencillo, hijo de un ex gobernador yucateco y que pasó parte de su infancia en Francia, más o menos en la época de la 2a Guerra Mundial, Iturralde Rivero hizo carrera profunda en el fútbol mexicano, donde después de retirarse, siguió como entrenador.
En esa institución llegó a ser Director Técnico de los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la época en la que esa institución recibía a talento como Leonardo Cuéllar, Evanivaldo Castro Cabinho, Velibor “Bora” Milutinovic y un jovencito para el que el yucateco fue muy especial: Hugo Sánchez Márquez.
Don Carlitos, pocos lo sabían, y este periodista se enteró accidentalmente, fue quien firmó a Hugo Sánchez con los Pumas, cosa de la que no sólo no presumía, sino que mantenía en secreto.
Ese secreto dejó de serlo, cuando un día, al pasar a saludarlo en su tienda de deportes en el ya desaparecido edificio Sabrina Maya (a un costado de la Plaza de Toros Mérida) tenía una foto de Hugo colgada en una pared, con el uniforme juvenil de la selección mexicana que participaba en el Torneo de Esperanzas de Toulon, en Francia.
Quien esto escribe, agarró la foto (en un cuadro) y vio que en la parte trasera tenía una leyenda: Con afecto a usted Don Carlos: Hugo.
Ya, entonces, el sr. Iturralde confesó que era un recuerdo de agradecimiento de aquél futbolista, que ya estaba en sus primeras incursiones allende las fronteras de México, tras ser detectado en los Pumas, a donde llegó por su recomendación y firma.
Uno o dos días después, publiqué una nota en el ya desaparecido Diario Novedades de Yucatán, donde hacía mención de ese suceso (la firma de Hugo), pero resaltando en la cabeza (título) con letras negritas: “Yo descubrí a Hugo: Carlos Iturralde”.
Y a la mañana siguiente, estando en la redacción (raramente a esa hora) Don Carlos entró, hecho una furia y al verme, me regañó espetándome en la cara que nunca me había presumido que él había descubierto a Hugo.
Sin embargo, sí me lo dijo, pero sin tono pretencioso alguno (y también sin pedirme que no publique nada), aunque el editor (que es quien pone los títulos), un buen amigo de ambos, decidió poner el encabezado algo sensacionalista.
Ya luego, Don Carlitos me ofreció una disculpa, pues él, que era articulista de ese diario, con una columna que más que futbolística, era de relaciones públicas y agradecimientos (muy a su estilo), sabía que el reportero no es quien decide, ni publica los títulos.
Don Carlos era un tipo sencillo, practicante católico, bueno, decente en verdad; apreciaba mucho a José Antonio Roca (quepd también) y a sus jugadores, pero sobre todo a sus principios.
Memorable, lamentablemente…o no, fue su decisión de no interrumpir el partido ya ganado por los Mayas de Yucatán, en Ayotlán, Jalisco, en 1989, cuando a un par de minutos del final del juego y teniendo la ventaja de su lado, hizo oídos sordos de su cuerpo técnico.
La tribu Maya, estaba ya a un suspiro del Campeonato de la Tercera División Mexicana y del primer ascenso en la historia del balompié de su tierra natal.
Los colaboradores de Iturralde le pedían que alguno de ellos ingrese a la cancha, para detenerle el ritmo a la “Ola Azul del Ayense” e interrumpir el partido, haciéndose expulsar y así, entre la bronca, hacer que el tiempo pase y terminase el juego, para ser campeones de México.
Pero Don Carlos, terco y fiero, se aferró a sus principios y dijo palabras más, palabras menos: “Si voy a ganar, que sea bien, como los buenos, con honor, no de manera sucia”.
Y, así, cayó el gol del empate de los locales en tiempo de compensación, ya cuando el silbato rozaba los labios del árbitro.
Ya luego, ambos clubes se fueron a tiempos extras y a penales, para que el Ayense ganase la gran final y todo el grupo yucateco se convirtiera en un justificado “Mercado de Lágrimas”.
El partido no lo ganó el Ayense, ni lo perdieron los Mayas…lo perdió Don Carlos, fue la percepción de aquél día.
Para la anécdota quedó, según más de uno de los que estuvieron presentes, el hecho de que el trofeo de Campeón de la Tercera División de todo México, ya tenía encima el nombre de Mayas de Yucatán, el cuál debió ser retirado, para ponerle el de Ayense….vaya cosa.