Mérida.- Tarde del domingo 10 de julio de 1983 en Tokio.
En su tercer, defnitivo y último intento, a Lupe Madera se le vino encima una responsabilidad aún más grande que la que tenía consigo mismo y con alrededor de un millón de yucatecos de aquél entonces.
El aún joven, pero ya veterano boxísticamente hablando, con poco más de 30 años, llegó al Korakuen Hall sabiendo que, además de aprovechar la oportunidad de ser campeón del mundo y cambiar su vida, tenía que lograrlo por cuestiones nacionalistas y patrióticas.
Horas antes, alrededor de las 16:00 horas del sábado 9 de julio en la Ciudad de México, en un restaurante italiano de la calle de Génova, a unos pasos de la sede del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), su Presidente, José Sulaimán tomó una dura, difícil decisión.
Sentado en una de las mesas del conocido, consolidado restaurante italiano “La Góndola”, Sulaimán le informó a Guadalupe “Lupe” Pintor, que “la Junta de Gobierno” del CMB, había determinado desconocerlo como campeón mundial gallo.
Ello, tras un accidente que Pintor sufrió en febrero de ese año, y que implicó que cayera de su motocicleta, sufriendo diversas lesiones, entre ellas una fractura mandibular.
La lesión, forsozamente deshabilitante por varios meses y que en el caso de un boxeador requiere alrededor de un año para volver a subir al ring, entre sesiones de sparring y chequeos para valorar su evolución fue lo único que pudo destronar a Pïntor.
Llorando, sí llorando, quizás (solo él sabe) sufriendo más que cuando noqueó y le quitó la vida a Johnny Owen, Pintor imploraba a Sulaimán no desconocerlo.
El púgil, aún con huellas de herrajes en la mandíbula (para componérsela), prometía, aseguraba que iba a estar en condiciones de defender el título que de manera por demás polémica había arrebatado cuatro años antes a Carlos Zárate.
Sulaimán, firme, lo “consoló”, ofreciéndole alternativas que finalmente sí llegaron con el tiempo, pero le reiteró que, desde ese momento, ya era ex campeón del mundo.
El dirigente tamaulipeco abría así, dos puertas significativas en la historia: una, para el boxeo mexicano y otra, para el mundial.
Su decisión dejaba, a partir de ese momento, a México, sin campeón del mundo y, también, instauraba el inicio de lo que con los años se convertiría en una oprobiosa monserga: los “títulos interinos”.
Pintor, al dejar el trono vacante, lo puso a disposición de Alberto Dávila y Francisco Bejínez y, también dejó a una súperpotencia mundial del pugilismo, sin campeón, algo no muy común desde la década de los 60´s.
A 11 mil 300 kilómetros de distancia, el yucateco Madera ya sabía que él tenía la responsabilidad histórica de volver a poner el nombre de México en el panorama mundial.
Y para hacerlo, tenía que lograrlo en la casa del campeón mundial minimosca, al que ya había enfrentado en dos ocasiones y con quien le quitaron la pelea en ambas de manera muy controvertida.
Mientras el legendario Guadalupe (otro Lupe) Sánchez y su entrenador habitual Edilberto “Beto” Rivero lo vendaban y le ponían vaselina en su diminuto cuerpo de 1.52 metros, Madera, el de Sotuta, Yucatán, se concentraba.
Y se concentraba no en evitar errores (que prácticamente no los tuvo en las dos peleas previas) ante el monarca mundial minimosca, Katsuo Tokashiki, sino en alcanzar o acercarse a la perfección en su desempeño, para evitar ser despojado de nuevo.
Así, subió a la tarima de la legendaria, pero diminuta arena (aforo de unos mil 600 espacios), para enfrentar a Tokashiki en una pelea que se complicó desde el inicio, cuando un tope accidental causó una severa herida en la frente de Madera.
Pese a ello, y consciente de que la pelea podría no llegar a los 15 rounds pactados por la dimensión de la lesión, Madera hizo el gasto y sumó la mayoría de puntos de los tres primeros episodios.
Así, al llegar al cuarto episodio, Madera, de manera inopinada, imprevista, dio la espalda, siendo reconvenido por el réferi panameño Carlos Berrocal.
Madera se fue a su esquina, donde el tercero sobre la superficie tuvo un diálogo con Rivero, Sánchez y su hijo Francisco “Paco” Sánchez.
Berrocal decretó el fin del combate, suponiéndose de manera fundada, que Madera había abdicado al dar la espalda y que se negó a seguir, por lo que la esquina de Tokashiki comenzó a festejar suponiendo un abandono.
Empero, el réferi canalero no le levantó la mano en ningún momento al asiático, aunque el anunciador sí lo declaró vencedor, sin que Berrocal, máxima autoridad sobre el ring, haya dado su opinión al jurado.
Finalmente, Berrocal le explicó al jurado y al visor de la Adociación Mundial de Boxeo (AMB) que sí, detuvo la pelea, pero no porque Madera haya abandonado, sino porque la dimensión de la herida hacía imposible que el americano siguiera.
Así, luego de que Tokashiki fue levantado por sus segundos, de que los aficionados le aplaudieran y de que el anunciador lo llamase vencedor, Berrocal dejó en claro que el fallo, por ya estar dentro del cuarto round del pleito, tendría que irse a las tarjetas.
La definición, en consecuencia, tendría que darse por la vía de la decisión técnica (en favor de quien tuviera la ventaja al momento de la detención de la pelea).
Mientras el asesor y consejero legal de Madera, Eric José Germon González, gritaba, manoteaba y tiraba patadas en el aire (muy a su estilo)…para presionar y buscar que el veredicto se fuera a las tarjetas, finalmente, el fallo definitivo arribó.
Otra persona, no el anunciador, con un micrófono, apenas logró decir el apellido de Lupe, para dar a conocer oficialmente que él era ya, por fin, el nuevo campeón del mundo.
Jubiloso, el equipo mexicano levantó a Lupe Madera, quien de esa manera, nuevamente polémica, pero ahora en su favor, volvía a poner a su país en el estatus de nación con campeón del mundo de boxeo…posición que nunca más ha vuelto a perder.
Hoy ya 40 años de eso…y después de ello, aún a pesar de perder Madera el título, México ya no se quedó sin campeones mundiales, nunca jamás, hasta este 2023.
Un año después, aparecería en el concierto internacional un jovencito sonorense del que se sabía poco o nada y que siguió el legado del yucateco convirtiéndose en la máxima figura del boxeo mexicano: Julio César Chávez.
Y después de él llegaron los Zaragoza, los Román, los Ramírez, “Maromeros”, “Chiquitas”, “Barreras”, “Morales”, “Márquez”, Estradas, y “Canelos”.
Todos ellos siguieron el camino de ese chaparrito del municipio yucateco de Sotuta que los guió hacia la alfombra roja que él volvió a poner para el boxeo mexicano.