Miguel Canto
Fotos Archivo Eduardo-Julio Amer, Alejandro López y Octavio Meyrán
Mérida.- Medio siglo ya transcurrió.
Ninguno de los alrededor de ocho mil, o más aficionados que no dejaron esa noche espacio para un átomo en la Plaza de Toros Mérida lo sabía, pero asistían al evento que marcaría un antes y un después en la historia boxeo y del deporte de Yucatán.
Era el parteaguas que dividía la promoción deportiva de lo que hasta entonces se había hecho, con lo que a partir de entonces se haría en esta entidad, y en general, en toda la península.
Los astros parecían haberse alineado para lo que sería el despegue de la saga más importante del boxeo mexicano en la década de los 70´s (hoy ya no ponderada como tal) del siglo pasado con dos protagonistas: Miguel Canto y Jesús Rivero.
Esa noche, el gran promotor (tristemente ya olvidado por muchos) Don Alberto Eljure Sesín y su mancuerna, Don Gonzalo “Fayo” Solís presentaron la primera pelea de campeonato nacional en Mérida, cuando ello era una real proeza en cualquier parte del país.
CAMPEONATOS DE VERDAD, NO TONTERÍASos 90´s puedan entender, algo equivalente a una pelea de campeonato mundial de buen nivel (no una vacilada esa de interinos o de título mundial de competitividad discreta) de hoy día.
Era un hecho inédito, no sólo en Yucatán, con todo y sus ya más de 70 años de boxeo activo, sino en toda la Península y el Sureste, a excepción de Chiapas.
Y, claro, era un espectáculo caro, carísimo, por tener que traer al “gallinero” del retador al monarca de México, quien venía de pelear con el campeón mundial, Masao Ohba (a 10 rounds) en Texas, en la única ocasión en la que el astro japonés aceptó salir de su país.
Fue una promoción que, para entonces, solo podía presentar la gran dupla Eljure-Solís y la trajeron tras convencer al difícil, colmilludo mánager-promotor neoleonés Rafael Hadad, hombre de raíces libanesas como Eljure.
A final de cuentas, el libanés yucateco (era totalmente de origen libanés) “aflojó” lo necesario para ser el primero en presentar un espectáculo de ese tipo en Yucatán.
Fue la culminación de un proyecto que promotor y matchmaker habían iniciado unos dos años antes presentando a Miguel Canto en ese escenario, de común acuerdo con su manejador Antonio “Zorrito” Franco Moo y luego con su sustituto, Jesús “Cholaín” Rivero.
Todavía, la relación Rivero-Canto con Eljure Solís, tendría algunos capítulos con llenos tremendos, siempre en la Plaza Mérida.
Pero poco después, sus caminos se apartarían y los del campeón nacional se irían por otros rumbos, uno de ellos el de la Empresa Yucateca de Boxeo, que comandaría uno de los aficionados que estuvieron esa noche del 22 de enero de 1972 en la Mérida: William Abraham Dáguer.
En esa noche de inicios de 1972, Miguel Canto subió, no como favorito, pero no como víctima segura del neoleonés en los pronósticos de la prensa mexicana.
El poco conocimiento que de él había en el centro del país y en otras plazas hacía pensar que sus oportunidades, sobre todo de un triunfo legítimo, eran limitadas, pero hizo creer a quienes dudaban de él.
Con un desempeño magistral, su tremenda velocidad, y habilidad, le dio una lección de boxeo al campeón de México, para relevarlo en el trono.
La decisión fue, no unánime, sino obvia, en favor del nuevo campeón al que el visor de la Comisión de Boxeo del Distrito Federal (CBDF), Benjamín González Márquez le ciñó la faja de los 50.802 kilogramos.
Los otros dos monarcas nacionales yucatecos habían sido Julio César Jiménez y Víctor Manuel Quijano, pero ninguno había, ni conquistado, ni defendido el cetro en su tierra.
Y, además del cuarto reinado nacional, continuaba una carrera que llegaría, no sólo al primer campeonato mundial para Yucatán, sino a una épica carrera que redundaría en una de las tres máximas trayectorias en los pesos moscas y en un nicho en el Salón de la Fama de Canastota, Nueva York.