Los Ángeles.- El mexicano Isaac “Pitbull” Cruz compitió y por momentos sacudió y estremeció al campeón mundial ligero Gervonta Davis, quien empleándose a fondo, sobre todo al final del pleito, logró mantener su claro, aunque por momentos intermitente dominio, para vencer al “cánido” por decisión unánime, y, así, retener el título.
En una pelea, que fue no la más lucida de su aún muy prometedora carrera, pero sí la mejor, el de la Ciudad de México salió a pelear sin complejos, a competir y a buscar con todo a su rival, y más que el título, su marca invicta.
Y si bien fue superado inobjetablemente, demostró ser el mejor y más difícil y duro rival que el, para más de uno, mejor boxeador del mundo ha tenido en su ilustre carrera.
Cruz es el segundo rival que lleva a Davis a la distancia, el primero fue, en una pelea a seis rounds, el difícil sonorense, Germán “Panteonero” Meraz en el año 2014.
La pelea fue una continua feria de fuegos de artificio, desde el primer round en el que Cruz salió sin respeto alguno para el campeón al que en un intercambio agarró mal parado y lo hizo trastabillar sin lastimarlo.
Empero, a partir del segundo episodio, Davis comenzó a tomar el mando, imponiendo su buen, pero sobre todo centelleante boxeo, ejecutado muy bien a la distancia, con el que mantuvo a raya al mexicano, quien se vio desconcertado hasta el cuarto round.
El contragolpe, recurso manejado perfectamente por el estadounidense, sobre todo con un preciso uppercut que metió en problemas al mexicano, le permitió alejarse gradualmente en las tarjetas.
Ya hacia mediados del combate, Davis era amo, dueño y señor del combate en el que Cruz no dejaba de buscarlo, equivocando, nos parece, sus propósitos ofensivos.
Con no poca velocidad, el retador buscó la cabeza del campeón y si bien atinó en algunas pocas ocasiones, nunca lo hizo de manera plena y en lo que lo intentó, recibió continuas combinaciones de una especie de “Deminio de Tazmania” que se movía por todo el ring lanzando y acertando golpes.
El “Pitbull” Cruz pudo haber priorizado el castigo a los bajos, o a los brazos, para mermar al monarca y no dejarlo acomodarse, o pensar, pero su deseo de matar la cabeza le costó.
Ya sangrando de las fosas nasales a mediados del duelo, el mexicano no se desanimó y aunque evidenció signos de debilidad y piernas endebles a la altura del séptimo acto, siguió haciendo lo que debía hacer:
Arriesgar, buscar el contacto, ingresar al terreno de su enemigo, quien para esas alturas comenzó a perder las precauciones y el respeto por su retador, cosa por la que pagó.
En un último jalón, en el último tercio de la pelea, Cruz fue con todo por Davis, quien desde rounds previos mostraba dificultad para lanzar la mano izquierda.
Ello fue aprovechado por el mexicano que atacó, atacó y atacó, acercándose en la pelea, ante un campeón, no desesperado, pero sí empleándose a fondo todos sus conocimientos para evitarlo y no cederle del todo el control de la pelea.
Finalmente, llegó el último campanazo que fue como un bálsamo de tranquilidad para un campeón que no se dejó vencer por la desesperación y que con lo hecho desde el segundo hasta el noveno round, garantizó el triunfo, un triunfo justo, merecido, legítimo, pero con resabios de sorpresa y amargura.
Para el mexicano fue una derrota, su segunda, peor en contraste respecto a Davis, fue un descalabro con sabor a gloria y satisfacción.