Mérida.- Esta etapa tan difícil que seguimos soportando nos pasó hace un año, como hoy, una muy dura, amarga factura al morir en ella un símbolo del deporte, del boxeo y un singular personaje del periodismo: Jesús Manuel Erosa Argüelles, conocido por su alter ego de “Chichonal”.
Fue una noticia fortísima, ya no sabemos si por lo contundentemente sorpresiva, o por haber perdido a un personaje con sus claroscuros (como todos), pero cuya singular personalidad había permeado por décadas en la conciencia colectiva de esos ámbitos y, podría decirse, de la sociedad en general.
Su muerte, inesperada, había atisbado desde unos dos días antes, cuando suspendió su ya popular transmisión diaria por sentirse mal el miércoles 12.
El jueves 13 dijo que una fiebre lo obligó a evitar su transmisión y aunque no se sentía del todo bien, ya podía regresar a la pantalla del facebook. El viernes 14 ya no hubo programa…ni nada más.
Hacia las 15:30 horas de ese día las llamadas telefónicas comenzaron primero por todo Mérida, luego, a otras partes del país, como preámbulo al aluvión de mensajes en las redes sociales lamentando el súbito deceso del simpático réferi-reportero-músico.
“Chichonal” se fue a los 64 años, como aquella canción de Paul McCartney (When I´m 64) y nos dejó con ganas de haber convivido más con él, de reír con sus “voladas” algunas con jiribilla, y otras, las más jocosas, las que causaba involuntariamente con tan solo ser como era, con sus exabruptos, sus frases inconclusas, revueltas, equivocadas, algo así como “Cantinflas”, todas ellas con su acento enfático, aún pueblerino y su voz atiplada.
“Yo invito siempre a “Chichonal” a mis ruedas de prensa, porque sin él no serían lo mismo”, dijo alguna vez sonriente, el gran promotor deportivo, Jorge Robleda Moguel, el mejor amigo de todos los reporteros yucatecos y una especie de hermano mayor de Jesús Erosa, a quien dispensaba un trato muy especial y al que quería mucho.
Y lo quería desde aquel final de la década de los 80´s, cuando llegaba a sus ruedas de prensa en el Club Campestre con su camisa azul chiapaneca con un bordado en la parte posterior, la leyenda en flamas “Chichonal” y un volcán a un lado.
Llegaba montado en su motocicleta, o debería precisar, motoneta, Chispa-Carabela de color rojo y negro, a la que, según su compañero, amigo y jefe en el diario Novedades, Julio Amer Alzina, rebasaban “hasta las moscas”, por lo lento que circulaba.
Tipo hecho en la “Universidad de la Vida”, aunque contaba con un título de Contador Privado, nuestro personaje era una mezcla de inteligencia, ingenuidad y “chispa”, que manifestaba a través del recurso de la ironía, o hasta el sarcasmo, del cuál era un campeón.
En las ruedas de prensa, todo mundo esperaba sonriente su intervención, para lanzar una pregunta, según él muy “sesuda”, en cuya formulación terminaba “enredándose” para concluir en un “galimatías”, como el gran mimo de México.
O bien, para echarle una puya, justo en el momento preciso, al funcionario, o deportista….para luego exclamar: “Tengo haaambree”, y dar así, el “banderazo”, para el convivio que ponía broche gastronómico a esos encuentros.
Si bien “Chichonal” era un tipo infinitamente simpático y ocurrente, también tenía su lado antagónico que le causó desencuentros con medio mundo, o quizás con mundo y medio.
Terco, cuando se le metía un tema contra algo o alguien no se bajaba del asunto por mucho tiempo, tuviera o no la razón, aunque luego muchas veces regresaba con la persona o agrupación en cuestión en el mejor de los planes.
Afectado ya por diversos males, principalmente la diabetes, “Chicho” había perdido ya algo de protagonismo en la escena periodística deportiva y había hecho un viraje hacia un tema que no desconocía y que también le gustaba: la música.
Así, se volvió “crítico” musical, aunque más que nada era un animador y un publirelacionista a través de las páginas de ese fenómeno de la información impresa que el periodista Luis Boffil Gómez creó: el diario De Peso.
Fue esa su última etapa en el periodismo y una que disfrutó mucho, pues le dio presencia en ese ámbito y más amigos de los que de por sí ya tenía.
Murió pobre, pero libre, libre de los fantasmas que lo persiguieron por años y que lo trajeron de regreso a Yucatán (donde vivió unos años de niño), procedente de Chiapas.
Ya había dejado de sufrir por las adicciones que padeció y que con mucho valor venció una vez llegando a esta que fue su segunda y definitiva tierra, donde sus cenizas yacen en el Mausoleo del Boxeador en Xoclán, donde seguramente Descansa en Paz, alegrándole su nueva existencia a sus miles de “vecinos”.
La época de la pandemia, pues, nos privó, así, de un personaje como pocos; había quien decía que si no nacía, Walt Disney lo habría inventado.
Desafortunadamente, la misma pandemia impidió que tuviera un funeral acorde a su existencia, con multitudes de gente, personalidades de todos ámbito, mariachis y hasta más de un conjunto tropical acompañándolo y recordándolo.
Hoy lo recordamos con nostalgia y simpatía.