Mérida.- En los ya 35 años que llevamos en el ámbito periodístico, hemos tenido la oportunidad de tratar a personalidades de todo tipo, buenos, malos, ignorantes, groseros, brillantes, elocuentes, pintorescos y caballerosos.
Sven Goran Eriksson fue una amalgama de lo bueno, brillante, elocuente y caballeroso.
El fallecido ayer en su natal Suecia fue un técnico destacado a nivel internacional y quienes lo conocimos y tratamos podemos dar fe de que era una persona virtuosa.
En el Mundial de 2002, en Corea-Japón, quien esto escribe tuvo la inolvidable oportunidad de ser asignado al partido Argentina-Inglaterra, el más atractivo de todos los de la primera fase, en el estadio Sapporo Dome, de esa ciudad japonesa.
Y gracias a la medida obligatoria de la FIFA de pasar a los jugadores por una zona mixta en la que forzozamente debían comparecer en entrevistas cara a cara con la prensa fue como pudimos hablar con él.
En el entrenamiento previo al partido del, si mal no recuerdo, juego del 7 de junio de 2002 contra Argentina (dos días antes del México vs. Ecuador), el equipo inglés comenzó a pasar por la barandilla y como si fuera miel, todo mundo se fue sobre David Beckham, quien era el ícono de íconos de ese torneo.
Entrevistar al súperastro era, en ese momento, misión, virtualmente imposible, pero no lo era hacerlo con el responsable del equipo, quien salido al final del grupo, estaba casi solo, con solo dos periodistas uno inglés y otro argentino, al que se les añadió un yucateco.
No recordamos bien ya cuáles fueron las preguntas y respuestas al entrenador sueco, pero sí la manera en la que recibió a los tres reporteros.
Vestido con traje obscuro, corbata bicolor (blanca y roja), habló alrededor de dos o tres minutos con los reporteros, empleando no monosílabos (sí, no), pero sí frases precisas, claras, sin dejar gran lugar a interpretaciones, sobre lo que esperaba para el partido del día siguiente.
Con voz suave, tenue, serio primero y sonriente hacia el final, respondía las preguntas, despidiéndose de mano de los periodistas.
Ya para entonces venía el alud de reporteros que fueron inicialmente con Beckham, a quien dejaron solo, quedando “a merced” de los que nos fuimos primero con Eriksson.
El “spice boy” era un personaje singular, simpático y muy, muy carismático, en lo poco que pudimos hablar ese día con él.
Ya luego del triunfo del viernes 7, consumado con un penalty precisamente anotado por Beckham, Inglaterra se enfiló a los octavos de final el sábado 15 de junio en la ciudad de Niigata.
Allá, tras un estruendoso, glorioso, épico triunfo de 3-0 sobre Dinamarca, ante estadio lleno, para pasar a los cuartos de final ante Brasil, Eriksson, evidentemente satisfecho, mas no jubiloso, volvió a atender a quien esto escribe, sin querer vaticinar, pero sí elogiar a su equipo y a los aficionados.
Agradeció a las decenas de miles de ingleses que los apoyaron esa noche en el estadio del “Gran Cisne”, con lluvia de por medio.
Ahí pude ver que Eriksson es un tipo de muy alto nivel, al contestar las preguntas de los reportes simultáneamente, entres idiomas diferentes.
Así, a quien esto escribe, le respondía en inglés, a un coterráneo suyo, en sueco y a otro periodista, en italiano, a todos al mismo tiempo.
Ya en el siguiente partido, ante Brasil, en Shizuoka, las cosas comenzaron bien con un gol de Michael Owen, tras el que Brasil terminó venciendo y echando del torneo a los ingleses con marcador de 2-1.
Fue allá, donde Eriksson demostró quién era, al ser el primer en salir a hablar con la prensa, reconocer la superioridad de Brasil y la imposibilidad de su equipo para regresar y evitar la eliminación.
Con la cara roja, no puedo decir si por el enojo, o vergüenza (calor, imposible, por el gran frío que entonces había en Japón), Eriksson admitió que todo había terminado, reconociendo a sus jugadores.
Pensé que jamás lo volvería a ver, pero años después, ya como entrenador de la selección de México, Notimex me envió a Chiapas a un partido clasificatorio para la Copa del Mundo de Sudáfrica.
México ganó 2-1 en el estadio Víctor Manuel Reyna, y tras el juego, Cuauhtémoc Blanco acaparó los reflectores l ser ese (así se dijo entonces) su último partido con la selección mexicana.
La verdad es que Eriksson lo había corrido de la selección por indisciplinado y esa despedida en Chiapas fue el pretexto para darle una salida digna al ahora controvertido y cuestionable político.
Ya no mucho se supo de él y su cartel fue disminuyendo lenta, pero grdualmente, hasta saberse hace pocos meses que padecía del que quizás es el más mortífero de los cánceres: el de páncreas.