Mérida.- Hace ya unos 20 años, cuando falleció, Víctor Castillo Vales dejó a sus ahijados con melena sin la guía anímica y hasta espiritual (sin menosprecio de Don Lorenzo Mex Jiménez) que tanto les ayudó a afrontar aquella difícil etapa en la que eran un club de medio standing, con aspiraciones a clasificar al play off.
Hoy, tras esos dos decenios, lo recordamos como uno de los seres que fueron parte del “elenco” que le dio vida y personalidad al parque Kukulcán y, también, a ese enorme gran club de época, que ahora son los Leones de Yucatán.
Quizás la más grande eminencia de la Psicología nacida en Yucatán y uno de los referentes de esta disciplina conductual en México y Norteamérica (eso creemos, virtualmente, sin duda), el sr. Castillo Vales, es uno de los seres que merecen ser recordados y exaltados al terminar el calendario en el que se conmemora el 40 aniversario de la inauguración del parque Kukulcán.
Gran, conocedor, infaltable (sí, infaltable) aficionado al béisbol, Don Víctor mimetizó su psiquis y bonhomía en la conciencia de los Leones de las décadas de los 80´s y de los 90´s.
Este héroe de la tribuna, que llegaba unas dos horas antes del juego al parque de béisbol, acompañado por su esposa, la señora María Teresa (si mal no recordamos, así se llamaba, o llama aún) enfrentaba con su verbo ágil, aunque acompasado, los demonios que pululaban en la mente de los integrantes de los Leones en aquella época.
Siempre vestido de blanco, con guayabera alba, de lino, de mangas largas y pantalón del mismo color, se sentaba por el lado de la primera base del parque de la “Serpiente Emplumada” y cuando era pertinente bajaba al dugout melenudo o esperaba la llegada de un jugador, o del mánager, Fernando Villaescusa.
Cual sacerdote, apartado de todo y de todos, Castillo Vales escuchaba no pecados, sino las vivencias y dolencias morales, anímicas del también inolvidable “Capitán Coraje” y de sus jugadores, entre ellos el fornido toletero Baltazar Valdés.
No los absolvía, porque no eran culpables de algo, pero sí los enseñaba a ser responsables de su porvenir, porque su imaginario psicológico los impulsaba a que fueran los guías de su camino.
Con su paraguas negro sobre sus piernas cruzadas, mientras hacía parábolas con las manos en el aire, cual windup para ponchar temores, inseguridades y reafirmar la autoestima de sus interlocutores, a este generoso hombre podía vérsele en tranquila plática con peloteros, integrantes del cuerpo técnico bajo el aún fuerte sol de la tarde meridana.
Don Víctor obtuvo el título de Licenciado siendo autodidacta, es decir, sin acudir a la Universidad y presentando sus conocimientos que le fueron avalados por un sínodo especializado que le concedió el documento que le permitió ejercer y, posteriormente, fundar la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), que si mal no recordamos, lleva su nombre.
Supimos de él, a través de quien a inicios de la década de los 90´s fue nuestro jefe inmediato en un desaparecido diario de Mérida, Julio César Amer Alzina, que lo conoció como psicólogo del colegio Peninsular y a quien nos mandó a entrevistar sobre la relación público-pelotero.
“Se trata de gente que va al béisbol, a buscar, sin darse cuenta, no un rato de entretenimiento, sino a hallar, a través de esos jugadores, los triunfos que no pueden conseguir en su vida diaria”, resumía entonces el padre de la Psicología en Yucatán.
Sin haber acudido jamás a una terapia, escuchándolo con su voz lenta, acaso cansina, pero irruptiva en la mente, quien esto escribe tuvo una sensación de enorme alivio, de paz, como pocas veces experimentada, tras hablar con Don Víctor, sin haber tocado tema alguno de mi vida.
Docente en la UADY, director de esa Facultad que no podría entenderse sin él Castillo Vales dio clases en otras universidades de México y en la prestigiadísima de Cornell, en Estados Unidos, que le confió una cátedra, por sus logros y sabiendo que era un psicólogo autodidacta.
Fromm, conocido por su postura humanista, decepcionó al sr. Castillo Vales, quien dijo irónicamente que el alemán era tan humanista como los malos tratos que daba a sus empleados mexicanos a los que minimizaba y humillaba, viéndolos como gente muy inferior.
Lo tratamos no frecuentemente, pero sí recurrentemente durante cerca de un decenio a este gran ser humano, incluso en su domicilio que estaba en una casa muy cercana al paso a desnivel del Paseo de Montejo, donde nos reiteraba su bonhomía y de que se trataba de una persona muy distinta a lo que percibió del famosísimo Fromm.
Así, un día supimos de su súbita partida, lamentada por muchísimas personas y que significó para los Leones la pérdida de su “cuarto bat” anímico y, para el Kukulcán, la desaparición de una de las personas que le dieron identidad y rostro humano por cerca de 20 años.
Que Siga Descansando en Paz…fue un maravilloso, fantástico ser humano.