Mérida.- Hoy se cumplen 40 años del cambio de estatus de Salvador Sánchez de leyenda viviente a mito.
Es, sin duda, el boxeador, y quizás el deportista mexicano más añorado y querido, incluso por quienes nacieron después de su muerte.
Su presencia física y etérea hizo coincidir en esa reverencia a “Baby Boomers”, a los miembros de la “Generación X” y a los “Milenials”, que aún, sin haber seguido su carrera vivo, lo dimensionan incluso mejor que Julio César Chávez.
Y es que una amalgama de factores lo catapultaron de su última morada en Santiago Tianguistenco (su localidad natal) al “Jet Set” del deporte mexicano y mundial en el imaginario colectivo.
La conjunción de su muerte temprana, a los 23 años, trágica, inesperada, en el mejor momento de su vida y su carrera, tras vencer a Wilfredo Gómez y estarse enfilando a un pleito con Alexis Argüello, además de súbita en su Porsche 928, que en ese entonces le costó alrededor de 100 mil dólares (unos 2.8 millones de pesos de entonces) lo elevaron a un rango de “deidad” boxística.
Esa mañana de jueves, el igualmente bien recordado periodista, Guillermo Ochoa, desde su programa informativo de revista “Hoy Mismo”, fue, quizás, el primero en dar a conocer la muerte de Sánchez.
El gran púgil decidió, en horas de la madrugada, partió de su centro de entrenamiento en Querétaro, en un rancho de su apoderado, Juan José Torres Landa, hacia San Luis Potosí.
Según lo trascendido en aquél entonces, iba a ver a la madre de sus dos pequeños, una dama de apellido Guadarrama.
Seguidamente, sin poder regresar a su carril, Salvador se estrelló de frente con una unidad pesada, que transportaba tractores, yendo a unos 200 kilómetros por hora (según se informó en aquél entonces) y pasando, parcialmente, por debajo de ese camión.
El campeón “afortunadamente” (si es que cabe decirlo así), murió de manera instantánea, virtualmente, sin darse cuenta de su final, si acaso, solo percibió que estaba en grandes problemas, pero no sufrió dolores o angustias o la conciencia de que estaba muriendo.
Todo habría sido solo un susto, pues Salvador Sánchez no tuvo grandes golpes, fracturas o lesiones en extremidades y torso.
En esa madrugada llegó a su final la existencia física de un fuera de serie y de uno de los mejores boxeadores mexicanos y pesos pluma de la historia, quien a su temprana edad era ya una leyenda viviente…y comenzó el mito que hoy, 40 años después, lo mantiene como un ídolo transgeneracional, estatus que apenas comenzaba a tomar cuando vivía.