Mérida.- Si bien no estaba físicamente sentado anoche en su butaca de la tercera base, Don Eladio Enrique Blanco Loroño seguramente hizo desde su asiento celestial el mismo coraje que evidenciaba en el parque Kukulcán, cuando su corazón aún latía.
Hoy, a 10 años de que esa “bombita” se le apagó, y nos dejó sin el mejor aficionado al béisbol que Yucatán y su península hayan tenido, su energía etérea lo llevó, seguramente a hacer el mismo berrinche, desde allá arriba.
“El Colorado”, como le decían a este ser sin igual, era un manantial de generosidad, sí, pero también era un ciclón, cuando sus Leones perdían.
Sufría el “Síndrome del Dóberman”, pues desconocía hasta a sus peloteros y mánagers amigos, hasta a su hermano menor, Fernando Villaescusa.
“Oye ´Narizón´, tan grande está esa madre entre tus ojos que no puedes ver que hay que tocar la pelota?”, gritaba en una amalagama de ironía e inquisición al piloto cubano WIlfrido Calviño (cómo lo hizo sufrir).

Wilfrido Calviño.
A Don Enrique, mi “suegro”, (en broma le decía así y él me llamaba su yerno, aunque nunca lo fui, ni pretendí serlo), el béisbol le bullía en cada una de las trillones de células que viajaban por su torrente sanguíneo a una velocidad con la que él siempre hubiera querido ver a sus Leones correr las bases.
Tipo espectacular, no dramático, sino natural, genuino, en su expresión, Blanco Loroño fue, durante décadas, desde la de los 70´s en el siglo pasado, un ingrediente especial de la Liga Mexicana de Béisbol (LMB), a la que le dio un sabor especial, a veces ácido, a veces dulce, pero siempre incisivo y recubierto de picardía e inteligencia fulgurante.
Quienes lo tratamos por más de 20 años y disfrutamos su convivencia, su sapiencia beisbolística, su anfitrionía (invitaba a los refrescos, a la cena y a los polcanes a todo su grupo a diario, durante cada juego de la temporada), pero sobre todo su sensacional buen y pícaro humor, lamentamos que los aficionados de nuevo cuño no tengan, hoy día, un fan como este señor de elevada estatura, blanca piel, prominente abdomen, cabello rojo, voz estridentemente chillona y agilidad mental para decir voladas de bote pronto.
Era amigo de los peloteros, a muchos de los cuales “refaccionaba” con dinero, o con enseres para sus viviendas (a uno le compró un aire acondicionado, cuando era un artículo de lujo), o hasta para atender problemas de salud de sus hijos.
Aunque también le tiraban sus “strike outs”, desde el dugout de los Leones, principalmente, cuando como líder de la “Porra Brava Colorada”, de la tercera base, era el principal crítico del plantel, con su ironía y doble sentido que arrancaba risas, incluso en los propios peloteros y en los aficionados de entonces.
En una ocasión, los peloteros le gastaron una broma y mandaron afuera del dugout a un ex cargabates del equipo, famoso por ser delincuente (ladrón) con un uniforme de los Leones, con el número 00 en la espalda y la leyenda “arribita”: “Colorado”.
Desde abajo, el “alumno de Rafles” le avisó que iba a subir hasta su butaca, para entregarle el uniforme y pedirle que se cambiase en los siempre espantosos baños del Kukulcán, para bajar al terreno de juego y dirigir, ahora sí, en el campo, y no desde las gradas, a los melenudos.
Serio, acomodó sus lentes, mientras la gente le gritaba, “ahí ta ´Colorado´ la oportunidad que siempre pediste”, mientras más de un jugador asomaba, y los pítchers de relevo (calentaban a un costado de las gradas) se reían.
Calladito, molesto, se sentó y moviendo su mano derecha mandó al carajo al “rata-mensajero”, para oir las risas de sus compañeros de la porra, luego las de él mismo y de los fans de la zona de tercera base.
Acaso, quizás la única que de todos ellos aún asiste al parque de la “Serpiente Emplumada”, es la señora Victoria Núñez Zapata, mejor conocida como “Paloma”, también de gran penetración con los jugadores, a muchos de los cuales asistía en temas de rehabilitación. Si la conocen, pregúntenle cómo era Don Enrique Blanco Loroño.
El “Colorado” era un real símbolo del béisbol, no poríamos asegurar que era el fan número uno del béisbol en México, porque no conocemos, ni conoceremos todos los parques de la LMB, o del Pacífico, pero sí estaba en la liga de los máximos aficionados…¡¡¡sin duda!!!
Encabezaba un grupo de gente disímbola, en el que lo mismo había médicos, abogados, un periodista, un técnico telefonista, un vendedor de seguros y chambeadores del día a día, que lo único que tenían en común era el béisbol y su empatía, o interés por estar con él, para “bajarle” lo que fuera.
Entre ellos estaba, su principal compañero, el abogado Luis Emilio “El Mudo” Cetina Morales (quepd), que también era un maestro del doble sentido y la ironía; un ex jugador amateur y vendedor de artículos deportivos, Henry Peña; un vendedor de seguros, calvo, amable, de nombre Manolo (quepd); un asistente de apodo “Cachita” y un zángano de apodo “Chaquiras”.
Había también un médico-maestro, de gesto siempre adusto, malhumorado, que maltrataba a su esposa e hijos, y que una vez causó, con un grito, una bronca en el terreno de juego, al provocar a un “cavernícola” que era coach de los Leones y que llegó a dirigirlos.
Quien no los viera y solo los oyera, pensaría que eran chamacos de secundaria, sentados en grupo, “bulleando” al que se dejara.
Otro que siempre andaba por allá, pero no estaba integrado a la porra, era el también conocido Rolando Valencia Cazola “El Gallego”, que era, empero, muy cercano al “Colorado”.
Don Enrique, fue (que sepamos) fan de los Leones desde la década de los 70´s, cuando regresaron a la LMB y, por supuesto, a partir de 1979, cuando se establecieron definitivamente en el circuito del que ya son parte de sus entrañas.
En la época en la que el club era como un barco que parecía navegar sin rumbo, ni puerto definido, a inicios de la década de los 90´s, cuando a su dueña, la Cervecería Yucateca solo le importaba “mamar” gente, él sonó como posible próximo dueño, pero afortunadamente eso no sucedió.
Quien se quedó con el equipo fue Gustavo Ricalde Durán, tipo con visión más empresarial y temple para una empresa de ese tamaño que el “Colorado”, que si bien era un tipo muy, pero muy acaudalado, tenía un perfil más de aficionado.
Sus finanzas y su tranquilidad y la de su familia se lo agradecerían con el tiempo a este sensacional aficionado, pero aún mejor ser humano que hoy cumple un decenio sin que podamos verlo, aunque él no nos ha abandonado.
Él está no en el campo de los sueños, sino en el eterno, riendo y disfrutando del “Rey de los Deportes”, junto con el “Mudo” Cetina, Henry Peña y otros que ya se les agregaron, haciendo bullying y cotorreando a varios melenudos que están allá con ellos.
A 10 años de su muerte, lo recordamos con mucho cariño, nostalgia por aquellos grandes tiempos, que no fueron los mejores de su querido, amado equipo, pero sí los del mejor aficionado que los parques Carta Clara y Kukulcán hayan tenido en sus graderíos.
Paradójicamente, semanas después de su deceso, a los 71 años, los Leones iniciaron una nueva etapa, la mejor de sus 69 años, al ser ya oficialmente anunciados como parte del Grupo Arhe (Arellano Hernández) que ha logrado de todo lo bueno en los casi 70 años de historia del equipo, menos contar con el principal fan que el club Leones de Yucatán ha tenido en su historia.
(Que Siga Descansando en Paz, pero disfrutando del béisbol, Don Eladio Enrique Blanco Loroño).