Por Marco Antonio Sánchez Solís, periodista del Diario Por Esto.
Mérida.- El asistir al Parque de Beisbol Kukulcán siempre ha sido visto como una agradable experiencia y es que, como buen yucateco, uno se cuela entre las gradas a tomar el fresco, a entretenerse con los Leones de Yucatán.
Es una realidad absoluta que los tiempos cambian, y el asistir a este tipo de espectáculos ya no es lo mismo, no sólo por los altos costos de los productos que se venden al interior, sino al hecho de que ahora es un riesgo, de esos que parecen inofensivos y exagerados, pero que no evade el dolor o la pena que se siente cuando se burlan de ti.
El campo de la serpiente emplumada ha adaptado, en muchos aspectos, el concepto de los inmuebles de las Grandes Ligas, así como aquellas nuevas luminarias led y la gigante pantalla.
Y cada quién tendrá su opinión, pero el ambiente que se respira en la cueva se ha convertido en una experiencia de acoso, de mofa, de ridiculizar. Y la culpa no la tiene la enorme pantalla, sino aquella persona que transmite a sus víctimas para burlarse de ellas.
¿En qué momento ir al Kukulcán se convirtió en una experiencia de bullying, o en qué parte del boleto de entrada te da el pase directo para que la nueva megapantalla y la voz del animador se burlen de ti?.
Venga, sigamos ignorando o aplaudiendo este espectáculo, que ya se está volviendo una constante y que raya en la ofensa al mofarse de la gente por su apariencia, su edad o algún defecto. ¿Y si mejor apostamos por incrementar el nivel del equipo local?
Digo, si ya se va a emular a las Grandes Ligas, pues empecemos por la calidad, y no por lo sencillo, por lo meramente dañino. En el primer partido de la serie ante Olmecas, en la nueva caseta de prensa, más cerca del Polifórum Zamná que del home transmitieron a una niña que lloraba.
Corría el séptimo e infumable episodio de la serie, quizá por eso la pequeña sollozaba, tal vez por cansancio o por fastidio. Al ingenioso personal que manipula el contenido en la pantalla se le ocurrió poner la imagen de la menor en compañía de una canción que hacía mofa de la situación.
Mi cabeza no dimensionaba la gravedad del asunto hasta que un niño que estaba junto a mí, como de siete añitos, se dirigió con mirada inocente hacia su padre, el cronista deportivo Mario Peniche Gorocica, y le cuestionó: “¿Papá, eso no es bullying?”.
Este fue un ejemplo de muchos que suceden todos los días que hay juego. Y subrayo: las actividades que realizan en la pantalla es una estupenda idea cuando no se cruza la línea, cuando el objetivo es interactuar con el aficionado que ha desembolsado dinero para ser parte de una grata experiencia.
Amigos, no olvidemos que esta novedosa práctica no es propia del beisbol en nuestro estado, recordemos que es un evento familiar, donde nuestros niños (la generación del futuro) no debe estar expuesta a un peligroso rumbo como el bullying.
Retomemos el importante valor de ser yucateco. Hasta la próxima.